Aspiro profundamente el aroma
que desprende su pelo rubio y, escudriño en mi memoria olfativa, es el mismo
desde que naciera hace ya seis años. Gonzalo se ha quedado dormido y su
naricilla respingona exhala un vaho agradable que me cosquillea en el cuello a
intervalos acompasados. Respira tranquilo, reposa sobre tu tía desde la
confianza, plácida y serena, de una sensación de protección. Lo abrazo fuerte
intentando aprehender esa fragancia balsámica a inocencia, a dulzura… a amor.
Sí, huele a puro amor. Pienso entonces en el “Pescaito”, ese pequeño de ocho
años a quien un desvarío desalmado le ha arrebatado la vida. Y pienso, cómo no
hacerlo, en sus padres. En un enorme vacío ocupado ahora por la nada; una nada
fría, gris, lúgubre que espero y deseo no los acabe engullendo. Es duro, muy
duro. El ser humano no está, no puede estarlo, preparado para asumir la pérdida
de un hijo y menos en condiciones tan execrables. No quiero ni imaginar el
dolor de esa madre a quien le han desgarrado las mismas entrañas que una vez le
dieran la vida a su niño muerto, no puedo pensar en la sensación de
culpabilidad del padre quien, de modo totalmente involuntario, puso en el
camino del hijo al monstruo que lo terminaría convirtiendo, por unos días, en
el hijo de todos los españoles que hemos seguido, con angustia y desazón, esos doce
días de horror hasta el fatal desenlace. No puedo omitir, tampoco, mi
admiración y respeto hacia los “cazadores de brujas” que, sin cejar en su
empeño, cumplieron con la palabra empeñada de encontrar a Gabriel; lo hicieron
aunque ese siniestro hallazgo les provocara el llanto, por tantos días
contenido. Lágrimas de dolor, un dolor tan fino como el que causa el cristal al
resbalar por la piel mojada. El “Pescaito” yacía en un maletero. Ocho cortos
años de vida dormían un sueño eterno, cubiertos de barro y arropados por una
sucia manta. Un niño, otro más, inerte. Su asesina a quien le niego el derecho
de haber actuado empujada por un delirio celotípico -los psicópatas carecen de
sentimientos, viven anclados en un desierto en el que la empatía es sólo un
espejismo- que pudiera atenuar la gravedad de su condena, deberá cumplir,
ahora, su deuda con la sociedad asumiendo la pena que se le imponga pero jamás
podrá saldar la moral: la pérdida irreparable de una vida humana destrozando,
también, las de toda una familia. Veremos si se le aplica, además, esa ley no
escrita de la cárcel, la verdadera condena que dudo pueda resistir, y que
vendrá impartida por la propia población reclusa: las presas ya han dictado
Sentencia haciendo suyo el hijo muerto. Y aunque no creo que la solución para
proteger el bien común sea instaurar la pena de muerte pues la sociedad se
deshumanizaría al presentar un comportamiento similar al que precisamente
pretende punir creo, firmemente, que el único medio efectivo para salvaguardar
el orden social y preservar, de este modo, a los más vulnerables es desterrar a
quien no está preparado para habitar entre sus congéneres sin atentar contra
ellos. No es sed de venganza sino un profundo clamor de justicia. ¿Imaginan cómo
nos sentiríamos si, por uno de esos desatinados avatares del destino, se
cruzara algún día en nuestras vidas una “Ana Julia”, un “Chicle” o un “Bretón”
cualquiera?, ¿acaso no impetraríamos un castigo proporcional a la gravedad del
daño sufrido?, ¿de verdad pensamos que nuestro actual sistema penitenciario
tiene un fin tendente a la reinserción social del delincuente?, ¿alguien cree
que un ser que no tiene escrúpulo alguno en privar de vida o violar a otro
puede modificar su conducta?... Perdónenme, amigos lectores, pero no estoy
segura de, llegado el caso, poder ser una Patricia Ramírez, un Juan Carlos
Quer, un Juan José Cortés o un Antonio del Castillo más aceptando, desde la
serena entereza, semejante dolor. No. Prefiero prevenir a tener que llorar…
Gonzalo abre los ojos y me sonríe, es cuando le prometo que siempre haré lo que
esté en mi mano por protegerlo incluso exigir la prisión permanente revisable.
Es mi deber, ¿no lo consideran también el suyo?.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario
VIVA JAÉN, 19/03/2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu participación en este Blog, recuerda que tu comentario será visible una vez sea validado.