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viernes, 23 de febrero de 2018

Y lo llamaron “arte”.






No comenzaré, hoy, mi reflexión mediante el ñoño y pánfilo recurso al latín con un encopetado “¡vade retro, Satanás!” ni seré, tampoco yo, quien les espute en pleno rostro pintarrajeado, bajo una lluvia de agua bendita, la amenaza divina de una potencial condena al fuego eterno, a esos esperpentos sobre ingentes plataformas que han encontrado en la blasfemia una fuente inagotable de inspiración carnavalesca parodiando, sin ningún rubor, escenas de una cargada simbología para los creyentes católicos. No. No lo haré y no me disculpo por ello, ya lo ven. Mi crítica hacia todos esos irreverentes que pueblan éste, nuestro país, históricamente aquejado por una recalcitrante mala baba tiene argumentos menos escatológicos y más mundanos y son, entre otros, que como católica empiezo a experimentar un profundo hastío ante la continua ridiculización de mi fe. Aplaudo vivir en un Estado aconfesional que garantice la libertad de credo pero agradecería que, por éste, se reconocieran, también, mis derechos. No hay conflicto posible: una persona puede – para mí perdiendo, con ello, todo sentido del ridículo e, incluso, la dignidad – desvestirse o vestirse como guste, pintarse y/o tocarse con un enorme penacho de plumas para divertimento propio o ajeno haciendo uso de su libertad pero, sin duda, lo que no se puede amparar es que lo haga a costa de la mía, algo por lo que tampoco voy a disculparme. Tenemos la piel muy fina cuando se trata de preservar a ciertos colectivos, llegando incluso a proscribir términos que pudieran resultar hirientes – cuando un imbécil, es obvio, es y será toda la vida un imbécil, no hay más, ni tampoco mayores paliativos para expresar una realidad objetiva: la absoluta supremacía de la imbecilidad más arraigada – pero, en cambio, la manga se torna muy ancha cuando de lo que se trata, en pro de la modernidad, es de denostar la fe católica. Hay quien alude a la evidente cobardía de los autores de semejante oprobio al evitar, en cambio, hacer broma con el Islam, ya sabemos que cualquier afrenta al Profeta se paga con la sangre del infiel; nuestro credo predica el ofrecimiento de la otra mejilla, bien cierto es, pero nada dice acerca de una posterior actuación tras ese doble abofeteamiento siendo esta ausencia de instrucciones lo que me lleva a cuestionarme qué pasaría si, los católicos, haciendo honor a esos retratos costumbristas de la época de Goya que decoraran un día la Quinta del Sordo, recrearan una de aquellas pinturas negras: ‘Duelo a garrotazos’ tras saltar al escenario donde se caricaturiza su fe. Supongo que los titulares serían “brutal ataque homófobo en pleno carnaval”, “ultracatólicos la emprenden a golpes” o “quiebra de la libertad de expresión”. Sería noticia el hecho y lo seguiría siendo, después, las consecuencias judiciales derivadas del mismo. En cambio que, por segundo año consecutivo, unos espantajos afeminados – dado que el uso de otro término no sería políticamente correcto, amén de denigrante – no encuentren mejor modo de hacer el indio que el de desairar y escarnecer al catolicismo no deja de ser meramente anecdótico, transgresor e incluso, pobres idiotas, hasta original. Maravillas del progreso y de su progresía. Y aunque el ‘Drag’ autor de tan provocador numerito blasfemo – “arte” lo llamó - se haya declarado abiertamente homosexual, no caeré ahora en la tentación de hacer chascarrillo fácil de su siempre respetable condición pero sí me permito la licencia, sin tener que disculparme –en Carnaval todo se permite-, de sugerirle otro argumento, en similares términos jocosos y festivos, con el que dar rienda suelta a su, al parecer, monotemática creatividad para el año próximo con una fantasía que bien pudiera titularse “De plumitas y plumones, maquillaje y tacones". Pues si se trata de arte y no puede calificarse de cristianofobia tampoco podrá apreciarse homofobia en su próximo espectáculo. Bondades de la Santa Democracia por cuya intercesión todo se concede, ya lo ven.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 19/02/2018.

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