Estuvo a la altura intelectual
esperada, el Magistrado Llarena, rechazando la petición de la Fiscalía de
dictar una orden europea de detención contra Puigdemont quien creyéndose el
“más listo de la clase” e insultando, con ello, la inteligencia de nuestras
instituciones, había urdido la provocación de un viaje a Dinamarca, como burdo medio
de forzar su detención y justificar su ausencia en el pleno de investidura pero
no sólo no cayó en su trampa la Justicia Española sino que aceleró,
drásticamente, el final de la bufonada independentista alentada por la torpeza
del Gobierno con una aplicación leve del 155 y la convocatoria precipitada de
nuevas elecciones sin haber limpiado la era previamente, lo que culminó, tal y
como era predecible, con un nuevo giro de tuerca que nos puso en la antesala
del esperpento: la posible investidura telemática de un delincuente prófugo, un
holograma, como Presidente de un gobierno autonómico golpista. La sucesión de
los hechos – tras haberse cerrado cualquier posible vía de escape decorosa – ha
derivado, finalmente, en el “sacrificio” del huido por parte de sus acólitos.
“Supongo que tienes claro que esto se ha terminado, los nuestros nos han
sacrificado, al menos a mí”, rezaba un desvaído mensaje recibido por Comín de
quien, personalmente, sospecho fue el ungido para difundir la mártir revelación
- ¿qué avezado político abre el móvil y lee los mensajes sin ocultar la
pantalla cuando sabe que a sus espaldas se sitúa todo un ejército de cámaras y
periodistas?, ¿intencionalidad u oportuna torpeza?-; unas palabras escritas con
los estertores de la resaca del delirio provocado por esa ingesta, ansiosa y
temeraria, del proscrito licor en una timba de póker con cartas marcadas que,
aun así, ha resultado fallida aunque poco haya faltado, al haber sido
inevitable ese recorrido por el filo de la navaja, y cerca estuvo el Gobierno
del PP de facilitar a los rebeldes una victoria, sin paliativos, a la que
hubieran sacado un gran provecho, en España y fuera de ella, mediante el
recurso al indigno arte de la manipulación propagandística en el que han
demostrado ser grandes maestros. Los españoles podemos respirar ya tranquilos,
el prófugo no será Presidente de la Generalidad, hasta sus correligionarios lo
dan por extinto, una felonía esperada como paso previo a la progresiva asfixia
de la intentona golpista que fenece ante esa lastimosa mirada que asoma bajo el
grotesco flequillo de aquél que, principal instigador, quedará indeleblemente
unido, en la memoria colectiva, a los impúdicos adjetivos de “cobarde”,
“delincuente” o lo que, sin duda, le resultará al henchido ego de Puigdemont
infinitamente más doloroso: “ridículo”, encontrándose abocado a la prisión o a la
perpetua huida. Y es que este esperpento de pobre factura ha llegado ya a su
fin, el recorrido, aunque corto, ha sido más largo y costoso de lo aconsejable
si tenemos presentes los mecanismos legales que el Gobierno de España tenía a
su alcance para haber sofocado de manera irreversible esta patochada que, no
obstante, podría haber irrogado un insalvable daño a la Nación. No faltará
quien se ponga las medallas enarbolando la manida enseña de “quien resiste,
gana” o los portavoces del Ejecutivo, felicitándose por su buen hacer, desde la
displicente posición que les otorga ese mensaje subliminal que parece guiar
cada uno de sus actos “No sabemos que haríais sin nosotros; no nos merecéis, lo
sabemos. De nada” pero lo cierto y verdad es que este fracaso se debe, única y
exclusivamente, al propio independentismo intrínsecamente traidor en su esencia.
Ya se sabe que nadie es profeta en su tierra pero a éste, además, lo han crucificado
sus correligionarios a modo de redentor chivo expiatorio por los pecados de soberbia
cometidos contra el Padre Estado y la Santa Madre Constitución. Probablemente
este desvarío continúe pero, al menos ahora, los instigadores conocen las
consecuencias de quebrantar la Ley. No seguirán los pasos de un profeta
postrado. Ya no.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 05/02/2018.
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