Es una tarde de viernes, como
cualquier otra, me encuentro absorta en las líneas de un artículo del ‘Irish
Independent’ acerca de la temprana e inopinada muerte de la cantante de The Cranberries,
icono de toda una generación, la mía, cuando me sobresalta el sonido alertando
de que el buzón electrónico acaba de recibir un nuevo e-mail y aunque la
lectura es interesante la curiosidad me obliga a interrumpirla, consulto el
correo. Es una solicitud de apoyo, a través de la plataforma change.org, a la
petición formulada por el padre de Diana Quer quien, bajo el lema “tu
protección es nuestra lucha”, solicita apoyos para evitar la derogación de la
prisión permanente revisable en los casos de delitos de extrema gravedad. Sin
dudarlo la suscribo y explico el motivo, no es una decisión repentina y guiada
por la indignación provocada tras conocer los detalles más escabrosos de la
actuación de ese psicópata de grandes incisivos que tras su bobalicón rostro,
casi cómico, esconde un alma despiadada y enferma. Esta medida coercitiva que
entiendo ajustada y proporcionada para determinados ilícitos y así lo avalan
sujetos como éste o los protagonistas de numerosas crónicas de sucesos –
Bretón, Santiago del Valle, Carcaño y tantos otros depredadores sexuales – que
contemplamos, no obstante, desde la poco empática y lenitiva distancia de resultarnos
ajena la familia afectada. Fue, cabía esperarlo, el PNV quien presentó una
proposición de Ley tendente a la derogación de la pena introducida en el Código
Penal por el PP en 2015 – que desaparecerá, si no lo remediamos, en unos días
-, castigo éste que, curiosamente, parece herir la extrema sensibilidad, tan
cívica y avanzada, de nuestros representantes legislativos que no la de la
ciudadanía, pues casi un 70% se muestra proclive a su aplicación, propuesta a
la que se unió la totalidad de la “progresía” como adalid de los derechos
humanos, la justicia y la reinserción – imposible en estos casos – con la
incomprensible connivencia de Ciudadanos, sigo sin comprender su abstención
pues no entiendo que un tema de este calado deje indiferente a nadie: o se está
a favor o se está en contra, por lo que me inclino a pensar que es un mero acto
de cobardía o de pusilanimidad política de la formación redentora que tan
mesiánicamente se postula como única alternativa. Con su aquiescencia, los
naranjas, avalan la supresión de una condena que apoya la mayoría del pueblo
español, posicionándose, junto con el bloque progresista, de parte del
delincuente merecedor de una segunda oportunidad que les ha sido negada a
Diana, a Mariluz, a Marta, a los pequeños Ruth y José. ¿Alguien, en su sano
juicio, puede pensar que alguno de estos asesinos se rehabilitará pudiendo
reinsertarse en una sociedad que no esté tan enferma como ellos?, no hemos de
perder de vista que las penas tienen, efectivamente, una doble función: la
punitiva a modo de expiación por el pecado cometido y que encierra, o se
pretende, un efecto disuasorio y la de reinserción mediante una reeducación del
delincuente que posibilite la eliminación del riesgo para la seguridad y el
orden común. Algo poco probable en este tipo de conductas pero ya lo ven, la
mayoría de nuestro Parlamento proclama la abolición de una reclusión a perpetuidad
sometida a revisiones, garante de la seguridad ciudadana, en pro de las ‘libertades
civilizadas’ y dormirán luego, los señores diputados, plácidamente desde el
convencimiento de que contribuyen al sostenimiento de una sociedad desarrollada
y moderna, condenándonos al resto a un desasosegado y perpetuo insomnio: nuestra
protección, no es su lucha. Mientras termino de escribir el artículo me viene a
la cabeza esa estrofa de la canción ‘Zombie’, inspirada en un atentado del IRA,
en la que la gran Dolores O’Riordan, tras mencionar como el cadáver de un niño
es recogido, se pregunta “¿Quién de nosotros está equivocado?”. Creo que, en nuestro
caso, es evidente.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, el día 22/01/2018.
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