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lunes, 5 de junio de 2017

Disculpa, no te entiendo.




Hace unos días tuve que desplazarme a Barcelona por razones de trabajo y he de reconocer que la ciudad me encanta aun cuando no la visite por ocio. Tras cumplir con mi cometido, decidí emplear el resto de la tarde en disfrutar de un licencioso paseo por sus calles. En ese caminar errático y pausado, en el que sólo es posible solazarse desde la satisfacción del deber cumplido, terminé llegando al centro donde entré en un estanco (“TABACS”). Di las buenas tardes y me dirigí, a continuación, al estanquero: -“¿Podría darme dos Camel Light, por favor?”, -“¿Digui?” y  aunque, por el tono y la mema sonrisa que se dibujaba en la cara bobalicona de mi interlocutor, intuí que se avecinaba una ácida confrontación por el desentendimiento lingüístico entre quien, por un lado, se niega a conferirle la primera oficialidad al castellano por reivindicar –¡hay que ser zoquete!- su propia identidad nacional fuera de España y una fiel defensora a ultranza y férrea creyente en la unidad territorial y política del país, por otro, decidí otorgarle a aquél paisano el beneficio de la duda – lo mismo, intenté engañarme, el hombre es un poco duro de oído -, -“Sí, por favor, deme dos Camel Light” repetí vocalizando pacientemente, casi silabeando, la frase e intentando acentuar la "ese" final de “dos”. -“Disculpa, no te entiendo” – resoplé interiormente, tragándome una bilis tan amarga como pegajosa, estaba graciosillo el amigo – “Quisiera, por favor, dos paquetes de Camel blue, el azul, el que antes era light”, expliqué, sin perder la compostura, regodeándome en una lenta modulación. De nuevo la estridente voz nasal no se hizo esperar taladrándome los tímpanos: -“Perdona. No consigo entenderte, debe ser por el acento del sur…” – la insultante socarronería que destilaban aquellas cáusticas palabras era proporcional a la rubicunda estolidez del rostro que tenía enfrente-. Respiré hondo, sonreí ampliamente y, sin alterarme lo más mínimo, le contesté: -“Sí… suele ocurrir, de hecho hay quien dice que se me entiende mejor cuando escribo, pero claro, aunque siempre llevo encima papel y lápiz, de nada serviría, no estoy yo muy segura de que Vd., señor mío, sepa leer. Creo que he cambiado de opinión, no quiero los cigarrillos. Adiós, buenas tardes, don nazionalista, con -Z” puntualicé. Y ebria de orgullo,  sintiéndome más española que nunca, sin dejar de sonreír pero intentando reprimir mis más bajos instintos asesinos, giré sobre los talones dejando suspendido en el ambiente el atónito mutismo de un verdadero patán cariacontecido pero intactos la dignidad y el honor de todos los habitantes de España. Continué aquél plácido recorrido sumida en mis cavilaciones, Rambla abajo, concluyendo finalmente que la única diferencia que puede invocarse entre los españoles residentes en las distintas comunidades autónomas pasa por la pedestre exaltación del paletismo local propio, se ve que, a diferencia de “en el sur”, “en el norte” se acucia más pues esas boinas imaginarias que, de modo semántico, se asocian al acento andaluz son, incuestionablemente, más grandes en el payés, según pude constatar. Puestos a ser diferentes y a reivindicar una identidad propia, “los del sur” descendemos de iberos, romanos y mauros, de ahí, supongo, esa tendencia natural que todos los andaluces mostramos, haciendo honor a nuestros ancestros alfaquíes, de saberlo todo cuando, a las dos de la mañana, estamos con un gin tonic en la barra de cualquier garito, fíjense que por saber, sabemos y a ciencia cierta, que 1500 soldados catalanes contribuyeron, en 1492, a la toma de Granada bajo el auspicio de los verdaderos artífices de la unidad nacional e idea de Estado tal y como hoy lo concebimos. Me pregunto cómo interpretarán los defensores del referéndum secesionista las palabras proferidas, en 1683, por el ilustre abogado y economista barcelonés, Narcís Feliú de la Penya: “No tiene España raíz más anciana que la de Cataluña”… Y mientras tanto, nuestro mayor temor se sigue materializando en la maldad imperante en el mundo cuando, en realidad, a lo que tendríamos que temerle, mucho más, es a la omnipresente estupidez humana. Ahí lo dejo.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, Diario VIVA JAÉN, 05/06/17.

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