Son las bondades de nuestro indulgente
clima las que inducen, sin duda, a tomar ese refrescante aperitivo diario en
buena compañía antes del almuerzo. Entre los parroquianos asiduos a los
agradables veladores primaverales es posible encontrar al que encarna a la
perfección mi personal concepto de patán, cuyo dudoso mérito en la vida no
excede, casi nunca, de haber amasado un pequeño capital de un modo más que
cuestionable o el de pretender, indefectiblemente, deshacer entuertos a golpe
de talón pero sin destacar, en modo alguno, por una valiosa contribución a la sociedad.
Es decir, para mí, el Pagafantas, aunque los haya de diversas edades, suele ser
alguien que no destaca más que por manifestar en su comportamiento un gran
mimetismo con la garrapata común, no ya sólo por ser un eficiente vector de
enfermedades infecciosas –como la lacra de la adulación que termina
convirtiéndose, con el tiempo, en el virulento mal de la vanidad, el engreimiento
y la petulancia en el inoculado – sino por la insufrible molestia en la que, al
final, se acaba tornando. Prolifera el individuo, en estas fechas, acudiendo
puntual a esa cotidiana reunión de personas de cierta notoriedad en la ciudad, situándose
en una mesa, preferentemente la más visible para todo viandante, a departir
amablemente mientras comparten unas cañas; regodeándose entonces, el zoquete
autocomplaciente, en la exposición pública de encontrarse entre los integrantes de su pretendido Olimpo y como
si, su pertenencia, lo fuera por derecho propio o logros personales, en lugar
de haber ido enroscándose a tuerca, en ese mecanismo, mediante el acostumbrado
pago de rondas. Se pavonea con displicencia desde el espejismo de su posición
suprema, alardeando, entre risueños besos a la copa, de sus “amistades” con
estruendosas carcajadas que acompaña de palmaditas en la espalda a sus venerados
compañeros de mesa, como si cualquiera de los allí concurrentes estuviera
dispuesto, en el fondo y llegado el previsible momento, a jugarse el tipo por
dispensar un comprometido favor al Pagafantas de quien, no obstante, absorben
los agasajos. Y así seguirá el infeliz: convidando a sus ídolos, que se arriman
al querer, cumplimentados por la canonjía del esbirro. Sonrío para mis
adentros, contemplando diariamente al medrador abrirse paso a codazos, haciendo
ostentación de su adquirida condición aun cuando él, cándido y estúpido a más
no poder, se sienta “poderoso”, “respetado” o, incluso, “temido”. Paso a su
lado mientras le dirijo una mirada no exenta de sorna y pienso en el sentimiento
que debe embargar a ese pobre diablo luciéndose, como un impostado igual, con
la presunta flor y nata. No es sino el grotesco amago de una maniobra
intimidatoria a fin de que se le dispense un respeto del que, es obvio, le hace
carecer su propia disposición servil. Me produce, también, cierto rubor pues
si, en realidad, lo que pretende es hacerse notar, aquí el Pagafantas, lo
consigue: es innegable su brillante interpretación del papel de bufón. Tomo
asiento en una mesa próxima mientras me clava, de soslayo, su mirada ratonil y
miope pertrechada tras las gafas de sol graduadas, le devuelvo la mía que
destila socarronería e incapaz de mantenérmela la desvía, con la avidez del
radar, rastreando ahora el panorama en busca de espectadores más
impresionables, sin duda. Pido una cerveza y con gran dificultad reprimo la
primera intención de indicarle al camarero que la apunte a la cuenta. A la del
Pagafantas del lugar.
“Pocos pueden ver lo que quieres aparentar cuando todos adivinan lo
que, en realidad, eres”
(N. Maquiavelo)
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 22/05/2017.
La descripción de este tipo de gente es genial. A medida que leía el artículo me entraba la risa al imaginarme la situación. Enhorabuena por tu estupenda capacidad descriptiva.
ResponderEliminarEntrañable y buena amiga mía, gracias, en primer lugar, por tu comentario, siempre amable. Aunque he de reconocer que la descripción se ajusta al realismo más descarnado, ya digo que ésta es una especie que prolifera como las setas y creo que, todos, conocemos a más de un Pagafantas... ;oP
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