Leía el otro día un artículo
de Arcadi Espada en el que a colación de la, en aquél momento, quiniela de
ministrables, apelaba al “hartazgo
icónico” que ya padece el pueblo y expresaba, con un acertado criterio, la
necesidad de ir rompiendo esa red de compromisos, favores, amistades y
enemistades personales que el bueno de Don Mariano, tan dontancredo, tan
estafermo y tan gallego él, había ido tejiendo y que, lógica y
consiguientemente, al rodearse de deméritos más que de méritos, había terminado
descalabrando algunas de las patas de su Ejecutivo. Escribía el periodista,
también con gran acierto, acerca del objetivo fracaso de la Vicepresidencia en
la tarea de coordinación ministerial, su incompetencia manifiesta en relación
al coqueteo secesionista catalán o en la simple gestión de la televisión
pública. Pasaba Arcadi, no obstante, de puntillas por las torpezas y
mentecateces - con el único y aciago precedente
de los ministros zapateristas - de Margallo y Fernández Díaz, sin olvidarse de
la “despótica brutalidad” de Montoro,
al emplear un conocimiento privilegiado para el ataque descarnado hacia determinados
contribuyentes, tras lo cual concluía, el columnista, en la necesidad “adjetiva y sustantiva” de un nuevo
gobierno. Le di la razón: existía un imperativo de sangre nueva que fluyera por
el organigrama estatal, y ese convencimiento parecía desprenderse, también, de
las palabras del Presidente en ciernes, ya más relajado pero igual de gallego,
al afirmar que “había entendido el
mensaje y que se hacía preciso negociar”, apelando, entonces, a ese talante
conciliador de quienes integrarían – o así lo entendimos la mayoría – el nuevo,
competente y flamante Gobierno, para, una vez asegurada su investidura,
desdecirse de lo dicho porque a él, tan gallego, “nadie le iba a coaccionar, ni siquiera la oposición”. ¡Toma ya!, y
con ese plúmbeo ostracismo se fue del Congreso, dejándonos a nosotros las cábalas
y elucubraciones de quién ostentaría, por ser el mejor cualificado, una cartera
u otra y así anduvimos hasta que, por fin, se levantó el secreto de sumario
sobre tan espinoso asunto: repetían caras, pese al “hartazgo icónico” e
inhabilidad acreditada de los propietarios de las mismas, frustrando el esperanzador
nombramiento de los “nuevos valores del PP” que facilitara esa anhelada ‘sucesión
natural’ que ya va tocando si la derecha española quiere seguir evolucionando,
pero, al menos para mí, lo más sorprendente ha sido la designación de María
Dolores de Cospedal como Ministra de Defensa y no porque crea que una mujer no
puede ser una buena “sargenta” sino
porque poco o nada puede aportar, al cargo, una Abogado del Estado, algo así
como encomendar la dinámica castrense a un pacifista, cuando si invocamos esa
“aptitud y preparación” prometida por el PP tras la agónica impericia de la era
ZP, lo predecible hubiera sido designar a un militar. Pero no, Don Mariano es
así y María Dolores, me cuentan, ya ha empezado a estudiarse los rangos del
escalafón militar, memorizando disciplinadamente el significado de las divisas
que festonean cada uno de los uniformes verde caqui, blanco y azul… Quién sabe
si, en un alarde de esa férrea caballerosidad marcial que la caracteriza, la
Legión no llamará Lola a la próxima cabra que desfile con ellos el Día de la
Hispanidad. ¡Hagan sus apuestas, señores, abran juego!.
Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, en VIVA JAÉN el día 07/11/2016.
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