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lunes, 7 de noviembre de 2016

Los galones de Cospedal y la cabra Lola.


Leía el otro día un artículo de Arcadi Espada en el que a colación de la, en aquél momento, quiniela de ministrables, apelaba al “hartazgo icónico” que ya padece el pueblo y expresaba, con un acertado criterio, la necesidad de ir rompiendo esa red de compromisos, favores, amistades y enemistades personales que el bueno de Don Mariano, tan dontancredo, tan estafermo y tan gallego él, había ido tejiendo y que, lógica y consiguientemente, al rodearse de deméritos más que de méritos, había terminado descalabrando algunas de las patas de su Ejecutivo. Escribía el periodista, también con gran acierto, acerca del objetivo fracaso de la Vicepresidencia en la tarea de coordinación ministerial, su incompetencia manifiesta en relación al coqueteo secesionista catalán o en la simple gestión de la televisión pública. Pasaba Arcadi, no obstante, de puntillas por las torpezas y mentecateces  - con el único y aciago precedente de los ministros zapateristas - de Margallo y Fernández Díaz, sin olvidarse de la “despótica brutalidad” de Montoro, al emplear un conocimiento privilegiado para el ataque descarnado hacia determinados contribuyentes, tras lo cual concluía, el columnista, en la necesidad “adjetiva y sustantiva” de un nuevo gobierno. Le di la razón: existía un imperativo de sangre nueva que fluyera por el organigrama estatal, y ese convencimiento parecía desprenderse, también, de las palabras del Presidente en ciernes, ya más relajado pero igual de gallego, al afirmar que “había entendido el mensaje y que se hacía preciso negociar”, apelando, entonces, a ese talante conciliador de quienes integrarían – o así lo entendimos la mayoría – el nuevo, competente y flamante Gobierno, para, una vez asegurada su investidura, desdecirse de lo dicho porque a él, tan gallego, “nadie le iba a coaccionar, ni siquiera la oposición”. ¡Toma ya!, y con ese plúmbeo ostracismo se fue del Congreso, dejándonos a nosotros las cábalas y elucubraciones de quién ostentaría, por ser el mejor cualificado, una cartera u otra y así anduvimos hasta que, por fin, se levantó el secreto de sumario sobre tan espinoso asunto: repetían caras, pese al “hartazgo icónico” e inhabilidad acreditada de los propietarios de las mismas, frustrando el esperanzador nombramiento de los “nuevos valores del PP” que facilitara esa anhelada ‘sucesión natural’ que ya va tocando si la derecha española quiere seguir evolucionando, pero, al menos para mí, lo más sorprendente ha sido la designación de María Dolores de Cospedal como Ministra de Defensa y no porque crea que una mujer no puede ser una buena “sargenta” sino porque poco o nada puede aportar, al cargo, una Abogado del Estado, algo así como encomendar la dinámica castrense a un pacifista, cuando si invocamos esa “aptitud y preparación” prometida por el PP tras la agónica impericia de la era ZP, lo predecible hubiera sido designar a un militar. Pero no, Don Mariano es así y María Dolores, me cuentan, ya ha empezado a estudiarse los rangos del escalafón militar, memorizando disciplinadamente el significado de las divisas que festonean cada uno de los uniformes verde caqui, blanco y azul… Quién sabe si, en un alarde de esa férrea caballerosidad marcial que la caracteriza, la Legión no llamará Lola a la próxima cabra que desfile con ellos el Día de la Hispanidad. ¡Hagan sus apuestas, señores, abran juego!.

Publicada en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, en VIVA JAÉN el día 07/11/2016.

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