Si
Stephen Grover Cleveland, quien fuera
el 22º y 24º Presidente de los Estados Unidos de América, Demócrata, para más
seña, que será siempre recordado por su lapidaria frase “solo tengo algo que
hacer y es hacer lo correcto”, hubiera considerado que lo acertado no era
masacrar a los apaches bajo el mando de Gerónimo, auténticos nativos de las
tierras norteamericanas, como medio de erradicar la molestia que los
asentamientos indígenas suponían para la progresiva colonización blanca del Oeste,
sino construir muros que impidieran el acceso a inmigrantes de modo que a un
tal Friedrich Drumpf, alemán llegado
en compañía de su esposa, también alemana, en 1885 a América, en lugar de
permitirle su naturalización, años después, como ciudadano americano se le
hubiere deportado a su país de origen “por delincuente”, estoy segura de que el
más ario de los norteamericanos, Frederick
Trump antes Friedrich Drumpf, no
sería el abuelo del nuevo Presidente de Estados Unidos. Ese histriónico teutón
– por carácter y genealogía - hilarante en su comportamiento, misógino
convencido, racista proclamado, clasista confeso y homófobo impenitente que se
auspició, cuán Mesías redentor, bajo el lema “We are going to make OUR country great again” – “Vamos a hacer NUESTRO país grande de nuevo” – es ya el
Presidente nº 45 de ese enorme territorio que aniquiló a sus pobladores
autóctonos para convertirse en una nación sin Historia, fundada, en origen, por
los condenados a galeras de la Corona Británica y otros desechos excretados por
la vieja Europa pero que ha terminado erigiéndose en el mayor artífice de los
designios de la Humanidad; un vasto país, aquél, en el que se persigue ese “sueño
americano” como paradigma de las libertades, los derechos y la igualdad y que
hoy se convulsiona en plena crisis social: el nuevo Presidente electo,
descendiente de inmigrantes como todo el mundo allí, es repudiado por casi el
70% de la población norteamericana habiéndose izado, contra todo pronóstico, en
el democrático trampolín de unas elecciones presidenciales que se han decantado,
finalmente, del lado Republicano. Y mientras pienso en esa previsible ruptura
del Tío Sam con esta Europa nuestra, condenada al pago del portazgo, me
convenzo del peligro que nos acecha en los radicalismos proteccionistas e
intervencionistas que, desde un extremo y otro, terminan convergiendo para
materializarse en bizarras figuras caracterizadas por su personal estética capilar, pues si en Estados
Unidos tienen el tupé rubio pollo de la extrema derecha, en España no nos iba a
faltar la coleta desgreñada de la extrema izquierda. Espero que mi desiderátum
de que el extravagante Presidente de los EEUU, con nombre de pato animado, pase
sin pena ni gloria por la Casa Blanca nos haga reflexionar acerca de los
riesgos del descontento generalizado en una Democracia, pues ya se sabe que “más
vale prevenir que curar” y poco avezados han estado allí cuando, hoy, miles de
ciudadanos lo lamentan al grito de “¡no es mi Presidente!”. ¿Escarmentaremos
aquí, aun cuando sea por una sola vez, en cabeza ajena?. Ya veremos.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, de VIVA JAÉN el 14/11/2016.
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