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viernes, 16 de mayo de 2014

De contorsionistas, monos, payasos y de un loro llamado Bárcenas.



Si de pequeña esperaba algo durante todo el año con gran ilusión era mi cumpleaños. No por el hecho de la fiesta infantil, la tarta y los regalos, sino porque al tener lugar en plena Feria, era visita obligada la del Circo. Me encantaba el Circo y, de hecho, me sigue encantando: las fieras, los payasos, los trapecistas, ilusionistas, contorsionistas. El colorido y la atmósfera, mágica y bohemia que destila, cuando se encienden los focos sobre la pista central y aparece el maestro de ceremonias presentando los números que van teniendo lugar, tras ese redoble de tambores que incrementa la tensión… Hace unos días, uno de mis sobrinos le preguntó a mi madre qué era lo que más me gustaba a mí durante aquella etapa de mi vida, para mi asombro, pues no habría sido capaz de glosarlo mejor, le contestó sin dudar: “las estrellas, se pasaba las noches mirando por el telescopio y anotando en su cuaderno de anillas; los libros; la Guerra de las Galaxias y… el Circo”. 
Puedo ver, con total y absoluta nitidez, a una niña rubia, de apenas seis años, absorbiendo con la mirada, inocente, cuanto tenía lugar bajo la carpa. Hoy, treinta y cuatro años después y convertida en adulta, tengo el profundo convencimiento de estar asistiendo a una nueva sesión circense, sólo que en esta ocasión es a cargo de “EL GRAN CIRCO EUROPEO DE LOS HERMANOS DALTON”…

Me parece bochornoso el panorama político que nos vemos obligados a soportar, en el que el “anda que tú” o el "tú más”, se han convertido en muletillas recurrentes y manidas para todo aquél que se apresta, sin rubor, a subirse al carro de la “ineptitud profesional”… Así, nuestra clase política, lejos de encontrarse integrada por profesionales de lo que debiera ser “el arte del servicio al ciudadano”, está compuesta por “malos profesionales a los que el ciudadano debe prestar su servicio útil con el voto”, así, nos topamos con una amplia caterva de grandes inútiles: desde el mal médico, al inepto abogado, pasando por el economista mediocre o el pésimo maestro, sin olvidarnos, claro es, de la telefonista “que no estudió porque se aburría”, quienes, lejos de servir a la Sociedad desde su preparación específica, optan por integrar esa pléyade de cuatreros impenitentes, hambrientos de poder y dispuestos a vender su alma por un puñado de votos que los eleve al Olimpo de la Business Class.

Patético, simple y sencillamente patético.

Quienes se han evidenciado, a lo largo de todos estos años de bipartidismo, como manifiestamente incapaces de regir los designios de este Reino nuestro – hoy invertebrado y minado en sus cimientos, casi agónico y próximo al fenecimiento -, nos piden  nuestro apoyo para dar el salto a la pista central que acaba de iluminarse, mientras los espectadores aguardan ansiosos ese nuevo número del “más difícil todavía” que provocará mayor estupor en unos, o ácida algarabía, en otros. Y entonces sí se nos muestran como los más fieles servidores públicos, denostando al contrario con el dedo acusador que les tiembla, al no saberse ellos mismos libres de toda mácula, regalándole los oídos al incauto votante que quiere ver una luz de esperanza en las falsas promesas que profieren, entre insulto y ataque. Y así vamos… Que sólo están de acuerdo en que deben volar en Bussiness Class,  cuando aquí, los sufridos españolitos de a pie que venimos soportando la crisis – y aún así continuamos siendo dueños y señores de nuestro voto - vamos a trabajar a pie o en autobús y si, con suerte, podemos disfrutar de vacaciones o con más suerte aún, irnos de viaje, lo hacemos en Turista, que no hay para más.

Desde mi asiento en la primera fila, veo pasar tan colorida comitiva: un enorme paquidermo de torpe ambular, los chillones y ruidosos monos despiojándose o abofeteándose entre sí, pues variable es su parecer, los payasos - esos engendros ridículos -, los contorsionistas, los escupefuegos, los ilusionistas y equilibristas… Ahí van, todos en tropel, en pugna por acaparar el mayor número de miradas y aplausos que para eso son "unos artistas". El vocerío se incrementa, los espectadores, presa del más demencial divertimento, estallan en sonoros aplausos, carcajadas y exclamaciones de asombro…

Yo, señores, me levanto y decido marcharme, eso sí, no sin antes dejar de manifiesto mi más sincera repulsa ante semejante espectáculo, pues de justicia es manifestarse para poder luego quejarse: mi voto, panda de forajidos pues me resisto a abstenerme, por primera vez en toda mi vida adulta y hasta que no cambien las cosas, es y será NULO, ninguno lo valéis.



“Doy mi voto al Loro Bárcenas.
Fdo. Carmina y Amén”.
- y conste que lo dijo una gran Sabia -

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