Si de pequeña esperaba algo durante
todo el año con gran ilusión era mi cumpleaños. No por el hecho de la fiesta
infantil, la tarta y los regalos, sino porque al tener lugar en plena Feria, era
visita obligada la del Circo. Me encantaba el Circo y, de hecho, me sigue
encantando: las fieras, los payasos, los trapecistas, ilusionistas,
contorsionistas. El colorido y la atmósfera, mágica y bohemia que destila,
cuando se encienden los focos sobre la pista central y aparece el maestro de
ceremonias presentando los números que van teniendo lugar, tras ese redoble de tambores que incrementa la tensión… Hace unos días, uno
de mis sobrinos le preguntó a mi madre qué era lo que más me gustaba a mí
durante aquella etapa de mi vida, para mi asombro, pues no habría sido capaz de
glosarlo mejor, le contestó sin dudar: “las
estrellas, se pasaba las noches mirando por el telescopio y anotando en su
cuaderno de anillas; los libros; la
Guerra de las Galaxias y… el Circo”.
Puedo ver, con total y
absoluta nitidez, a una niña rubia, de apenas seis años, absorbiendo con la
mirada, inocente, cuanto tenía lugar bajo la carpa. Hoy, treinta y cuatro años
después y convertida en adulta, tengo el profundo convencimiento de estar
asistiendo a una nueva sesión circense, sólo que en esta ocasión es a cargo de
“EL GRAN CIRCO EUROPEO DE LOS HERMANOS DALTON”…
Me
parece bochornoso el panorama político que nos vemos obligados a soportar, en
el que el “anda que tú” o el "tú más”, se han convertido en muletillas
recurrentes y manidas para todo aquél que se apresta, sin rubor, a subirse al
carro de la “ineptitud profesional”… Así, nuestra clase política, lejos de
encontrarse integrada por profesionales de lo que debiera ser “el arte del
servicio al ciudadano”, está compuesta por “malos profesionales a los que el
ciudadano debe prestar su servicio útil con el voto”, así, nos topamos con una
amplia caterva de grandes inútiles: desde el mal médico, al inepto abogado, pasando por el economista mediocre o el pésimo maestro, sin olvidarnos, claro es, de la
telefonista “que no estudió porque se aburría”, quienes, lejos de servir a la Sociedad desde su preparación específica, optan por integrar esa pléyade de
cuatreros impenitentes, hambrientos de poder y dispuestos a vender su alma por
un puñado de votos que los eleve al Olimpo de la Business Class.
Patético,
simple y sencillamente patético.
Quienes
se han evidenciado, a lo largo de todos estos años de bipartidismo, como
manifiestamente incapaces de regir los designios de este Reino nuestro – hoy
invertebrado y minado en sus cimientos, casi agónico y próximo al fenecimiento
-, nos piden nuestro apoyo para dar el salto a la pista central
que acaba de iluminarse, mientras los espectadores aguardan ansiosos ese nuevo
número del “más difícil todavía” que provocará mayor estupor en unos, o
ácida algarabía, en otros. Y entonces sí se nos muestran como los más fieles
servidores públicos, denostando al contrario con el dedo acusador que les
tiembla, al no saberse ellos mismos libres de toda mácula, regalándole los
oídos al incauto votante que quiere ver una luz de esperanza en las falsas promesas que
profieren, entre insulto y ataque. Y así vamos… Que sólo están de acuerdo en que
deben volar en Bussiness Class, cuando aquí, los sufridos españolitos de a pie
que venimos soportando la crisis – y aún así continuamos siendo dueños y
señores de nuestro voto - vamos a trabajar a pie o en autobús y si, con suerte,
podemos disfrutar de vacaciones o con más suerte aún, irnos de viaje, lo
hacemos en Turista, que no hay para más.
Desde
mi asiento en la primera fila, veo pasar tan colorida comitiva: un enorme
paquidermo de torpe ambular, los chillones y ruidosos monos despiojándose o abofeteándose entre
sí, pues variable es su parecer, los payasos - esos engendros ridículos -, los contorsionistas, los
escupefuegos, los ilusionistas y equilibristas… Ahí van, todos en tropel, en
pugna por acaparar el mayor número de miradas y aplausos que para eso son "unos artistas". El vocerío se
incrementa, los espectadores, presa del más demencial divertimento, estallan en
sonoros aplausos, carcajadas y exclamaciones de asombro…
Yo,
señores, me levanto y decido marcharme, eso sí, no sin antes dejar de
manifiesto mi más sincera repulsa ante semejante espectáculo, pues de justicia
es manifestarse para poder luego quejarse: mi voto, panda de forajidos pues me resisto a abstenerme, por
primera vez en toda mi vida adulta y hasta que no cambien las cosas, es y será
NULO, ninguno lo valéis.
“Doy mi voto al Loro Bárcenas.
Fdo. Carmina y Amén”.
- y conste que lo dijo una gran Sabia
-
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