Lo he dicho con anterioridad en alguna ocasión e, incluso, le dediqué una
Reflexión al significado de mi Profesión, a los valores inherentes a ella que
debemos fomentar quienes nos dedicamos, por vocación y devoción a este Arte,
“el Arte de lo Bueno y de lo Justo” que dijera Ulpiano. Ocurre, con frecuencia,
que hay quien no vive de la
Abogacía, sino del “negocio de la abogacía” y eso desvirtúa
el Código de Honor de un ABOGADO, lo hace despreciable y mezquino, suele pasar, también,
que ese rasgo distintivo del ser lo cataloga también como profesional, de donde
se extrae la máxima de que “quien es mala persona no puede, por lógica, ser
buen profesional”.
El Abogado, debe, ante todo, velar por los intereses de su Cliente con pleno
sometimiento a la legalidad, dispensarle, como no podría ser de otro modo, el
mayor de los respetos, siempre, pero jamás, a costa de denostar a quien es su
Compañero y guía en toda travesía judicial: el Procurador.
Cuando el Abogado cae en el error – y desfachatez por ende – de faltarle el
respeto al Compañero, deja de serlo para convertirse en un MAJADERO al que la Toga le viene muy grande.
Hoy he pasado un mal rato y lo digo
desde la sinceridad más absoluta, con frecuencia ocurre que los límites de una
relación profesional terminan diluyéndose al transgredir los que
dibujan una relación personal. Suele pasarme con cada uno de los Procuradores
con quienes trabajo, de modo que llega un punto en el que si he depositado en
ellos la confianza suficiente para encomendarles mi labor profesional en
beneficio de mi Cliente, no puedo por menos que alcanzar tal grado de confianza
y camaradería que termina convirtiéndose en amistad.
Es así de simple: mi Cliente me elige
a mí, y soy yo quien elige al Procurador – representante legal del primero en
el Juzgado -. La regla básica es, por supuesto, exigirle el respeto debido al
Cliente para con su Representante, respeto que no germina si no goza, primero,
del mío. Algunos abogados - y permítanme
que no use la A
mayúscula como es mi costumbre, dado que no es posible encuadrarlos en
tan elevada categoría – tienen el vano convencimiento de que se encuentran en un estado
superior al del Procurador, desconozco si el motivo radica en la diferencia cuantitativa de
Honorarios devengados en cada procedimiento, si es, en el hecho de que nuestro
trabajo implique mayor participación oral en la Sala de Vistas o, simplemente, porque presentan
rasgos tan acuciados de imbecilidad profunda que les impide ver que la
formación es la misma: Licenciatura en Derecho, pero que es la especialidad lo
que, únicamente, varía: dirigir el pleito desde el Despacho, o mantenerlo vivo
en el Juzgado. Sea como fuere, esta estúpida actitud, es algo más extendido de
lo que sería aconsejable al bien común.
Estaba trabajando cuando ha
aparecido, en el Despacho, una Procurador con la que colaboro asiduamente. Al
inicio de nuestra colaboración era sólo una “Compañera”, hoy puedo decir que
es una “Amiga” y si bien es cierto que ninguna tacha, en justicia, puede
ponerse a su profesionalidad, no lo es menos que su valía personal y calidad
humana la supera. Venía a recoger un escrito – sana costumbre ésta, la de los
Procuradores de la Vieja Escuela que casi se
ha perdido, trocándose por ese desagradable uso de los buzones en el Colegio de
Procuradores, para mi gusto, pues atenta contra las bases el trato directo
humano y debería desterrarse, pero eso será, sin duda, motivo de otra Reflexión –, al
entrar, la perenne sonrisa que siempre alegra cada uno de nuestros encuentros, se
ha quedado congelada en su rostro y, en un gesto de confianza, me ha contado un
abyecto episodio protagonizado por alguien a quien, insisto, la Toga le viene muy grande.
Como era natural he permitido que se
desahogara, es algo humano que con el ritmo de trabajo que llevamos, la presión
de los plazos y los señalamientos y la, casi omnipresente, falta de tiempo,
andemos siempre más vulnerables y es lo que me sorprende: no es suficiente con
los malos ratos que nos vienen a diario, ya sea por el exceso de trabajo, una
Sentencia desfavorable, un tropiezo con tal o cuál Cliente, sino que, además,
no desaprovechamos la ocasión de vituperarnos entre nosotros. Otro indicio
evidente de inteligencia en este colectivo, según lo veo yo.
Cuando se ha ido, me he dirigido a la
estantería que denomino “Mis Incunables”, en la que descansan los Tomos que
deben constituir la Ley Sagrada
de todo Abogado. He cogido uno que suelo releer con frecuencia, encuadernado en
fina piel color crema en la que se alternan los colores rojo y azul, en grandes
letras doradas reza ESTATUTO Y CÓDIGO
DEONTOLÓGICO DEL ABOGADO (“Esta es la Biblia que debe regir el
ejercicio de la profesión que ahora comienzas” – fueron las palabras de
quien me lo regaló tras mi Jura hace ya algunos años, a veces, más de los que
puedo recordar – “Ámalo, respétalo y
síguelo. Sólo así podrás llamarte ABOGADO”), lo he abierto:
“1. DE LOS
PRINCIPIOS FUNDAMENTALES
1.2-
Dignidad.- El Abogado debe siempre
actuar, conforme a las normas de HONOR y de DIGNIDAD de la profesión,
absteniéndose de todo comportamiento que suponga infracción o descrédito.
1.3-
Integridad.- El Abogado debe ser honesto, leal, veraz y diligente en el
desempeño de su función y en la relación con sus clientes, COLEGAS y
Tribunales; observará la mayor deferencia, evitando con los mismos posiciones
de conflicto”.
Y me he quedado meditando…
Alguien dijo una vez, y fue por ello
muy denostado, que el problema en nuestra profesión es que “la Abogacía se había
proletarizado” yo, sinceramente, creo que simplemente se ha infectado, está
plagada de personas que no viven del ejercicio lícito de este Arte, que se
mueven, únicamente, por un marcado interés económico y un acentuado egolatrismo
que relega a un segundo plano valores más importantes – dignidad, honor,
dignidad, integridad -, son… majaderos a quienes la Toga, ya lo he dicho, les
viene muy grande.
La Toga, no es, no puede serlo una
“Patente de Corso” que nos habilite a actuar como piratas bajo su amparo, la Toga es sólo el símbolo
externo de una condición, de una raza que ha de moverse bajo su propia Ley Sagrada:
la DEONTOLOGÍA DEL ABOGADO…
Porque… ¿qué sería de un Cirujano, por
brillante que pudiera ser, sin un Anestesista que le mantuviera con vida al
paciente durante la intervención quirúrgica?, es algo similar, salvando las
distancias claro está, a lo que nos ocurre a los Abogados: no podríamos
trabajar, por excelentes Letrados que pretendamos ser, si nuestro Compañero
Procurador no mantiene “vivo” el pleito en sede Judicial.
Y hoy, esta Reflexión, la dedico a quien corresponda.
“La VANIDAD
es la ciega propensión a considerarse como individuo (único), no siéndolo”.
(Friedrich Nietzsche).