Recuerdo que, en las largas y
cálidas tardes de agosto de mi lejana infancia, mi abuelo me contaba historias,
ahora sospecho que casi todas inventadas, a fin de mitigar el tedio vespertino
durante la merienda. Una de ellas, mi preferida, narraba las andanzas de un circo
de pulgas que un pillo decidió instalar, con gran boato, en plena calle ante el
asombro y entusiasmo de los viandantes que se dejaban todas sus monedas en el
cestillo situado, a tal fin, bajo la pista central. Aquél pícaro, en realidad –
me aseguraba mi abuelo –, no utilizaba insecto alguno sino que creaba esa
ilusión en los espectadores gozando de una pasmosa habilidad para convencer a
la concurrencia de la existencia de tan prodigiosos artistas. Tras conocer el
elenco de nuevos Ministros se me vino a la memoria el domador de pulgas de mi
niñez. Vi entonces, en Pedro Sánchez, al avispado granuja vendedor de ilusiones
que, para regocijo de su público, ha creado el espejismo de un portentoso
Gobierno que viene al rescate de esta España nuestra que comenzaba ya,
tímidamente, a remontar. Ignoro el precio al que ascenderá la hipoteca asumida
por su demencia para obtener la ansiada poltrona aunque no me cabe duda de
quienes seremos los sufridos pagadores de la canonjía implícita a ese asalto a
la Moncloa que, lejos de dispensar confianza y estabilidad, nos presenta un índice
de carteras, la mayoría sin escaño y por ello con el consiguiente incremento de
salarios, pintoresco: el astronauta Pedro Duque es el encargado de “poner en
órbita a España”, una Ministra de Hacienda que ostenta por toda credencial su pertenencia
al núcleo duro del gobierno de los ERE fraudulentos o un, hoy dimitido,
Ministro del Deporte vago redomado que admitía, sin rubor, no seguir ni
practicar ninguno; contertulio mediático y exitoso escritor que no se pensó dos
veces el bizarro atuendo con el que compareció a animar a nuestro campeonísimo
Rafa Nadal. No podía pergeñarse, aquél empoderado Màxim de palco en la final del
Roland Garros bajo el ridículo aunque chic sombrerito, que pasaría a los anales
de nuestra Historia como el del más corto ministerio y es que, aquí, el señor periodista
defraudó al Fisco la nada desdeñable cantidad de 218.322 € que ha dado con sus
huesos en una prematura defenestración auspiciada por el aciago espectro de la
corrupción que le costara el poder a un Gobierno legítimamente elegido en las
urnas, esa misma sintonía –ya rancia- sonaba al abandonar su despacho sin darle
tiempo a elegir ni el color de las paredes, ¿qué menor nivel de ética sería
exigible ante la cuestionable moción de censura que ha permitido alinear un catálogo
de “Ministras y Ministros” que debería ser objeto de estudio en todas las
escuelas de marketing y publicidad?. Pero el plato fuerte estaba aún por llegar
y llegó, llegó con nombre de bebida isotónica. Nos sobresaltó la noticia de que
el buque Aquarius – previamente repudiado por Italia – ponía rumbo al puerto de
Valencia con seiscientas pobres almas a bordo abandonadas a su suerte por las
mafias que se lucran con el deleznable tráfico de seres humanos. Desgraciados individuos
instrumentalizados hábilmente, aun cuando dudo de que tan magistral maniobra no
fuera producto de sus asesores, por Sánchez al convertir las deplorables
existencias de esos apátridas navegantes en honra y loa del PSOE evitando, así,
la zozobra de los náufragos y la de su escasa credibilidad y erigiéndose con
ello, además, en paladín del discurso –también usurpado a la izquierda radical
– de “REFUGIADOS BIENVENIDOS”. Y esto como último número, por ahora, de ese
gran espectáculo que orquesta el domador de pulgas porque alguien dijo que, una
vez, el PSOE ganaba las elecciones para acceder al Gobierno de la nación hoy,
en cambio, se ve obligado a hurtar el Gobierno para ganar unas elecciones.
Pírrica victoria ésta.
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