Categórica
es la sabiduría popular, basada en la incunable experiencia del vivir, al rezar
“cuando un tonto coge una ‘verea’ se acaba la ‘verea’ y sigue el tonto”... Tras
la descarnada pugna a sangre y puñal, ya sofocada, por lo que parecía ser la
sucesión de un pretendido Rajoy fenecido, don Mariano, que no se anda con
chiquitas, ha firmado cuantas sentencias de ejecución política ha sido menester
frente a los osados que amagaron con obstaculizar sus planes de un perpetuo
apoltronamiento en el sacrosanto trono de la Moncloa -¡con pistolicas de agua y
naricicas de goma le va a venir nadie al gallego!-. Ha sabido dividir,
hábilmente, a sus enemigos hasta provocar el recíproco exterminio quedando,
siempre, incólume a toda culpabilidad y ya ha confirmado que se presentará
candidato para volver a liderar el PP. Un PP que se desmorona bajo unos
cimientos pútridos, deteriorados por la carcoma de la corrupción y el estatismo
timorato en las labores, legítimamente exigibles por la ciudadanía, del
gobierno de una nación soberana más expuesta que nunca a los peligros de su
desfragmentación. Ha sido larga la ‘verea’, demasiados años, quizás, en el
poder desde que diera inicio su trayectoria a principios de los 80. Una senda transitada
en compañía de millones de españoles, ya hastiados, que se han ido quedando en
sus márgenes aunque, esto, poco – o nada- le haya importado al andariego que,
con paso firme y ajeno a críticas y advertencias, continúa su marcha alentado por
los vítores de quienes medran a su sombra. Hoy, tras numerosas derrotas
electorales de un desacreditado partido que han encontrado su culmen en
Cataluña con un hilarante “entierro de la sardina”, los continuos incumplimientos
de promesas electorales garantistas del derecho a la vida o de la lucha contra
los herederos naturales del terrorismo etarra y las reveladoras informaciones
acerca de una financiación ilegal y del enriquecimiento ilícito de algunos de
sus dirigentes, Mariano Rajoy se postula, por sexta vez, como único líder de
una institución, fermentada y añeja, que impide el paso a nuevas caras, libres
de pecado y merecedoras de mayor crédito, que puedan revitalizar una
organización con metástasis aplicando una terapia de choque que limpie el
engranaje y recupere el hálito de lo que un día fue, y supuso, el Partido
Popular -¡bendito tiempo aquél!-. Pero ya se sabe que “cuando el tonto coge la
‘verea’…” y es, precisamente, ese obcecado empecinamiento en seguir quemando cartuchos,
de pólvora húmeda se entiende, lo que está provocando la agonía, una lenta
exanguinación de votos que resbalan hacia otras siglas. Un descontento
generalizado que invade, incluso, el mecanismo endógeno de la propia
organización, también en esferas inferiores: las de las otras ‘vereas’,
municipales o regionales, en las que, aquellos a quienes se acusa de
insurrectos, se niegan al inamovible estatismo de cargos imperante, a los
“dedazos” del amiguismo interesado y a
las predecibles coronaciones de delfines prematuramente endiosados, los mismos, silenciados, que reprueban la
autoritaria endogamia que se retroalimenta del “hoy por ti, mañana por mí” y
que, indefectiblemente, se ven, por ello, condenados al vil ostracismo. Y es
que el hartazgo aunque ignorado por el instinto de supervivencia de la ególatra
cúpula popular es patente entre votantes y militantes que asisten incrédulos a
un ceremonioso harakiri pues deben
pensar, los impasibles dirigentes, que esa muerte es más honrosa que un abandono
del campo de batalla que, en modo alguno, sería por cobardía pues se requiere
gran gallardía para reconocer la manifiesta incapacidad propia para seguir tripulando
una nave a la deriva que se hunde con el lastre de la negación de lo evidente…
y es que la ‘verea’ hace tiempo que se acabó.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 29/01/2018.