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lunes, 10 de abril de 2017

La "pureta", el shaolín y la venganza del karma.


El día amaneció despejado y los rayos del primer sol de una mañana primaveral se nos clavaron en la retina durante el trayecto. Mi sobrino estaba excitado, lo evidenciaba una inusual locuacidad y el hecho de no ir con los cascos puestos aislándose de la realidad. Llegamos a la Feria de Muestras en cuyo acceso se acumulaba un torbellino multicolor de adolescentes patilargos a los que rebasamos gracias a mi previsión de haber adquirido por internet las entradas. Aunque simulara cierta indiferencia era inevitable fijarme en los estilismos de aquellos adictos a los videojuegos y al manga. Nos pusimos a la cola, más corta que la de la compra de tickets, aguardando pacientemente nuestro turno para acceder al recinto. Detrás de nosotros un grupo de pokemons, Harry Potters y SuperMarios conversaba ruidosamente, de entre todos destacaba una especie de híbrido entre monje shaolín y escuálida bestia de carga, aspecto conferido por la descomunal argolla que perforaba la nariz de aquél deslavazado de cabeza rapada y enormes orejas cuyos lóbulos se deformaban hasta alcanzar el diámetro de los círculos que lucía embutidos en ellos. Con una voz plagada de cacofónicos falsetes contestó a una princesa manga que transpiraba copiosamente bajo la larga cabellera fucsia: “El Johny está fumándose un ‘peta’, tía, ahora viene si tenemos delante a … -estiró el delgado cuello, cuya nuez parecía a punto de salirse, a fin de contar las personas, quince exactamente, que precedíamos a tan esperpéntica comparsa extendiendo un sable de madera con el que nos apuntaba -, ¡no sé cuánta peña es, tía! –¡vaya!, el monje no sabía contar- lo que sí sé es que vamos detrás de esta ‘pureta’ pija” y, para disipar cualquier duda de que era a mí a quien se refería, me señaló con un prominente mentón barbilampiño del que colgaban unos desagradables pelillos largos a modo de amago de barbita de chivo, no me pasó desapercibido el gesto que detecté con el rabillo del ojo y me volví quitándome las gafas de sol mientras incrustaba mis ojos en los suyos, pequeños y con cierta tendencia al estrabismo, estaban rotulados con un mal trazado perfil negro que, lejos de conferirle la pretendida apariencia oriental, empezaba a desdibujarse por efecto del sudor, derramé sobre él la cáustica oleada de irritación que me invadió recorriendo de arriba abajo la indumentaria que cubría su mórbida y blanquecina anatomía larguirucha. Lejos de amilanarse me sonrió desafiante mientras movía el sable a escasos centímetros de mi rostro bisbiseando, entre picudos dientes de escualo, la onomatopeya de una afilada hoja rasgando el aire: ¡fiss-fiss!. Mi sobrino que lo había presenciado atónito intentaba esconderse dentro de la sudadera, ruborizado hasta las orejas, por el comportamiento de aquél imbécil unos años mayor que él. Terminé de fulminar al monje con la mirada, al tiempo que le daba despectivamente la espalda, volviendo al lento y continuo avance de la fila. Detrás de mí se sucedían las risotadas ante los malabares del impostado sable del shaolín que seguía rebuznando todo tipo de estupideces para divertimento de su camarilla con la que volvimos a coincidir en diversos puestos a lo largo de la mañana pero fue al salir cuando asistimos a la inexorable venganza del karma: el raquítico shaolín se encontraba realizando nuevos juegos malabáricos con su espada, arrojándola hacia arriba y cogiéndola por el mango durante su caída detrás de la espalda, en uno de esos lanzamientos calculó mal y el puño, de madera robusta, impactó sobre su cabeza provocando la irreprimible carcajada general. Seguí mi camino dirigiéndole una mirada de sarcástica conmiseración, en aquél cráneo, hueco y rasurado, empezaba a dibujarse la geografía purpúrea y abultada de la empuñadura. Abandoné la concentración de frikis sin poder sofocar la risa y con el íntimo deseo de que los videojuegos y el anime se conviertan pronto en una profesión demandada, en caso contrario me pregunto quién pagará las pensiones de los “puretas”. ¿Los monjes shaolín quizás?.

Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 10/04/2017.

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