El día amaneció despejado y los
rayos del primer sol de una mañana primaveral se nos clavaron en la retina
durante el trayecto. Mi sobrino estaba excitado, lo evidenciaba una inusual
locuacidad y el hecho de no ir con los cascos puestos aislándose de la
realidad. Llegamos a la Feria de Muestras en cuyo acceso se acumulaba un torbellino
multicolor de adolescentes patilargos a los que rebasamos gracias a mi previsión
de haber adquirido por internet las entradas. Aunque simulara cierta indiferencia
era inevitable fijarme en los estilismos de aquellos adictos a los videojuegos
y al manga. Nos pusimos a la cola, más corta que la de la compra de tickets, aguardando
pacientemente nuestro turno para acceder al recinto. Detrás de nosotros un grupo
de pokemons, Harry Potters y SuperMarios conversaba ruidosamente, de
entre todos destacaba una especie de híbrido entre monje shaolín y escuálida
bestia de carga, aspecto conferido por la descomunal argolla que perforaba la
nariz de aquél deslavazado de cabeza rapada y enormes orejas cuyos lóbulos se
deformaban hasta alcanzar el diámetro de los círculos que lucía embutidos en
ellos. Con una voz plagada de cacofónicos falsetes contestó a una princesa
manga que transpiraba copiosamente bajo la larga cabellera fucsia: “El Johny
está fumándose un ‘peta’, tía, ahora viene si tenemos delante a …
-estiró el delgado cuello, cuya nuez parecía a punto de salirse, a fin de
contar las personas, quince exactamente, que precedíamos a tan esperpéntica comparsa
extendiendo un sable de madera con el que nos apuntaba -, ¡no sé cuánta peña es, tía! –¡vaya!,
el monje no sabía contar- lo que sí sé es que vamos detrás de esta
‘pureta’ pija” y, para disipar cualquier duda de que era a mí a quien
se refería, me señaló con un prominente mentón barbilampiño del que colgaban
unos desagradables pelillos largos a modo de amago de barbita de chivo, no me
pasó desapercibido el gesto que detecté con el rabillo del ojo y me volví
quitándome las gafas de sol mientras incrustaba mis ojos en los suyos, pequeños
y con cierta tendencia al estrabismo, estaban rotulados con un mal trazado
perfil negro que, lejos de conferirle la pretendida apariencia oriental, empezaba
a desdibujarse por efecto del sudor, derramé sobre él la cáustica oleada de
irritación que me invadió recorriendo de arriba abajo la indumentaria que
cubría su mórbida y blanquecina anatomía larguirucha. Lejos de amilanarse me
sonrió desafiante mientras movía el sable a escasos centímetros de mi rostro bisbiseando,
entre picudos dientes de escualo, la onomatopeya de una afilada hoja rasgando
el aire: ¡fiss-fiss!. Mi sobrino que lo había presenciado atónito
intentaba esconderse dentro de la sudadera, ruborizado hasta las orejas, por el
comportamiento de aquél imbécil unos años mayor que él. Terminé de fulminar al
monje con la mirada, al tiempo que le daba despectivamente la espalda,
volviendo al lento y continuo avance de la fila. Detrás de mí se sucedían las risotadas
ante los malabares del impostado sable del shaolín que seguía rebuznando todo
tipo de estupideces para divertimento de su camarilla con la que volvimos a
coincidir en diversos puestos a lo largo de la mañana pero fue al salir cuando
asistimos a la inexorable venganza del karma: el raquítico shaolín se
encontraba realizando nuevos juegos malabáricos con su espada, arrojándola
hacia arriba y cogiéndola por el mango durante su caída detrás de la espalda,
en uno de esos lanzamientos calculó mal y el puño, de madera robusta, impactó
sobre su cabeza provocando la irreprimible carcajada general. Seguí mi camino dirigiéndole
una mirada de sarcástica conmiseración, en aquél cráneo, hueco y rasurado,
empezaba a dibujarse la geografía purpúrea y abultada de la empuñadura. Abandoné
la concentración de frikis sin poder
sofocar la risa y con el íntimo deseo de que los videojuegos y el anime se conviertan
pronto en una profesión demandada, en caso contrario me pregunto quién pagará las
pensiones de los “puretas”. ¿Los monjes
shaolín quizás?.
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, diario VIVA JAÉN, 10/04/2017.
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