La vida política se paralizó
el pasado miércoles, ante el abyecto y repentino fallecimiento de la ‘Alcaldesa
de España’. El, ya maltrecho, corazón de Rita también le jugó una mala pasada y
decidió abandonarla a su suerte, como hiciera antes su Partido, el mismo al que
consagrara su vida y que terminó arrebatándosela, quizás, del modo más indigno
y deshonroso para todo político de raza, al desterrarla al sombrío reino del
ostracismo y la fría indiferencia, antesala anunciada del patíbulo en el
sacrosanto escenario de la res publica.
No faltó el execrable desaire
de unos refractarios enemigos políticos incapaces de estar a la altura de un respetuoso
minuto de silencio en memoria de la difunta, aunque no creo que a ella le
importara un bledo, acostumbrada, como estaba, a lidiar en fieros combates
dialécticos de los que salía airosa esgrimiendo, con gran temple y maestría,
las letales armas de una aguda inteligencia y ese sarcasmo, tan corrosivo como
certero, que zanjaba toda disputa con similar efecto al de la plúmbea descarga
del bofetón dispensado con un puño de hierro, creo que, por el contrario, lo
que, con toda probabilidad, hubiera desatado su furia habrían sido las aduladoras
palabras farisaicas de sus antiguos compañeros de filas, sepulcros blanqueados
y esperpénticos portavoces de la hipocresía más baja y rastrera, defendiendo la
honestidad de aquella a quien despojaron, a jirones, de presunción de inocencia
y militancia, a modo de leal ofrenda por ese victimario ávido de ocupar el
Gobierno que proclamaba, en escrupulosa observancia del pacto alcanzado que lo
elevara al poder, la cruenta extirpación de los viscosos tentáculos de las
corruptelas. Ese mismo trilero del verbo que, tras vocear la irremisible
expulsión de la “presunta corrupta”, vino el miércoles a justificar, con gesto
adusto, el destierro infligido por el todopoderoso PPadre como único medio de
evitar el previsible linchamiento mediático de la finada. Alguien dijo, una
vez, que “en política, hoy ERES y mañana, ERAS”, yo me atrevo a afirmar, “hoy
ERES y mañana ERAS, salvo que te mueras, pues entonces SIEMPRE SERÁS” y es que
en esta España nuestra, la biliosa obscenidad mortuoria, ese deporte nacional
tan nuestro, nos lleva a lapidar al “culpable sin juicio” para canonizarlo tras
su muerte, pasando, así, de ser despiadados verdugos para convertirnos en
dolientes plañideras, desdiciéndonos, sin pudor, de lo que dijimos para culpar
de nuestros propios actos a quienes, adversarios naturales, carecen del mínimo
poder para producir tan deletéreo daño. Y es que así somos, fuimos y seguiremos
siendo, siempre, los españoles.
DEP, Rita Barberá Nolla - Eterna "Alcaldesa de España".
Publicado en la columna de los lunes, Reflexiones de butaca, de VIVA JAÉN el 28/11/2016.