Toledo es,
objetivamente, una de las ciudades más bonitas de España. Subjetivamente: la
más bonita. Allí, hasta las piedras tienen una historia que rezuma al paso del
absorto visitante, imbuyéndole del hechizo mágico que otorga su presencia en un
escenario de transcendental importancia en nuestra cultura. Ya sabéis, lo he
dicho en varias ocasiones, que soy una enamorada de la “Ciudad de las Tres Culturas”, este fin de semana he estado allí y
paseando por las callejuelas de su judería, descubrí que en el Palacio de Congresos “El Greco” iba a
tener lugar – lo que se anunciaba como – la ÚNICA FUNCIÓN de “THE WORLD
OF ABBA”, la visión del cartel que se presentaba ante mí, me sugirió
inmediatamente que sería la mejor forma de iniciar la noche del sábado, al ser
este grupo uno de mis favoritos en el elenco de clásicos indispensables que
integran mis “incunables”. Me embargó desde ese momento una gran excitación que
me hizo acudir a retirar las entradas casi una hora antes en taquilla,
previamente las habíamos comprado por Internet, pudiendo incluso elegir butacas
“preferentes”. Mi grado de expectación
iba en aumento, no sólo por poder disfrutar de un musical, sino porque,
precisamente, estaba dedicado a uno de mis grupos fetiche a los que me aficioné
en mi infancia, escuchando los vinilos de mis padres. En ese estado de euforia
contenida me acomodé en mi butaca a la espera – ansiosa – de que diera inicio
el espectáculo… No sabía yo entonces lo que me aguardaba tras el telón… Esta es
mi personal crónica del espectáculo:
Siete y media de una calurosa tarde en Toledo.
Palacio
de Congresos “El Greco”. Un empresario mayor, de “los de toda la vida”,
de esos que se apoltronan, lata de refresco en mano y empapado de un sudor, que
se me antoja tan pegajoso como pestilente, en la taquilla, sometiendo a inquisitiva
vigilancia cualquier movimiento de mano de sus empleados, cuando sus
extremidades recorren el trayecto que va de las localidades a la caja y de la
caja a las localidades. Enredando y entorpeciendo, más que facilitando, la
labor a las solícitas azafatas que te entregaban el ticket con impecable
sonrisa, el hombre había generado, como consecuencia de su evidente ineptitud y
estado de nerviosismo, una larga cola que empezaba a sufrir los primeros
síntomas de aguda exasperación. Aguardaba yo, impaciente, mi turno, la señora que
me precedía, había entrado en agria disputa con el Sr. Empresario que se
empecinaba en que las “localidades eran las que eran” y “que la suya –
adquirida por Internet – al parecer no se la habían enviado, que le daba otra o
que le devolvía el dinero”, le insistía… Perdió la paciencia el patán y soltó
un par de exabruptos a los que la señora, con una irritada educación, contestó,
no exenta de toda la razón, que “por favor, no le hablara en esos términos y
que no quería que le devolvieran el dinero, sino las dos localidades por las
que ya había pagado”. Aquél usurero impertinente, con severos problemas de
calvicie, sobrepeso, sudoración y halitosis, ajeno al mundo cibernético y un
poquito limitado intelectualmente, no se había percatado de que “aquellas” que
sostenía en las manos eran las entradas no vendidas y que las adquiridas a
través de la plataforma internauta se encontraban debidamente grapadas al
comprobante del pago por tarjeta y número de localizador primorosamente
ordenadas a un lado de la mesa. No iba a permitir yo que este episodio me
arruinara el buen rato que me disponía a pasar, disfrutando de la banda sonora
de mi infancia, así que conté hasta diez mentalmente, respiré hondo, me armé de
paciencia e, ignorando al sudoroso zoquete, le pedí a la atenta señorita – cuando me llegó el turno y no antes
– que fuera tan amable de comprobar si las entradas que iba a retirar se encontraban
en el taco de las grapadas. Así fue: allí estaban.
Con idéntica ansiedad a la experimentada al despertar cada
mañana del Día de Reyes, entramos en el recinto y nos sentamos en nuestras
butacas, apenas unos minutos después se descorrió el telón y cuatro músicos de
una innegable calidad profesional dieron inicio a un breve recorrido musical,
en acústico, por los temas más conocidos del grupo sueco, para el deleite de
los espectadores que comenzamos a tararear y a mover acompasadamente las
piernas siguiendo el ritmo. Arropando la música en directo, un amplio
despliegue de efectos visuales inundó el recinto: diseños multicolor creados ad hoc entre los que se intercalan
proyecciones originales de diferentes temas y épocas de los que componen la
amplia trayectoria musical del grupo ABBA y que dieron paso a la
magistral interpretación de Lorena Jamco, una voz potente, glamourosa y
elegante, toda una dama de la canción, hube de reconocer entonces y ratificar
ahora, que dio inicio con el célebre y melódico I had a dream, para dejar paso a continuación,
inopinadamente, a una histriónica Rebeca “duro-de-pelar” que salió a
escena tocada por el dedo divino, sobreactuando e intentando eclipsar al resto
de los intérpretes – casi todos de mayor calidad vocal que ella misma, no cabe
la menor duda -, con continuos cambios de vestuario, a cuál más hortera pero en
total consonancia con la ordinaria percha. Ese insolente descaro, esa simpatía
fingida, ese “canto Waterloo mejor que la tal Agnetha Fältskog esa… ABBA me debe,
sin duda, todo el éxito de lo que fue. Lo sé, de nada” era el mensaje
que destilaba por cada uno de sus poros. En fin que la ordinariez, al igual que
la imbecilidad humana, según mi más que ya demostrada teoría, no conoce
límites. Una Rebeca “duro-de-pelar” pavoneándose sobre el escenario cuán
palomo buchón, encantada de haberse conocido, que de eso a mí no me cabe duda,
con un afán de protagonismo desmesurado y vocación, clara, de hedonista
egolatría, creía deleitar, con su mera presencia, al agradecido por ello, auditorio
cuando cualquiera de los otros tres vocalistas, la ya citada Lorena
Jamco o los dos intérpretes masculinos que asumían los papeles de Benny
Andersson y Björn Ulvaeus eran cualitativamente superiores, tanto en
técnica como en voz.
Reconozco, no obstante, que el espectáculo, aún sin
grandes pretensiones, es todo un regalo para nostálgicos, una excelente ejecución musical y un digno elenco de bailarines que destacan a pesar de los denodados intentos de la protagonista por deslucir el trabajo del resto de intérpretes… Eso sí, más que un
merecido homenaje al desaparecido grupo escandinavo podría ser un Canto
a la más grosera ordinariez, personificada en esta “pseudofamosilla
caza-toreros frustrada” que, como Ulises, vive su particular Odisea en pos de
una fama que ni merece ni detentará jamás. La verdadera grandeza se esconde
tras la humildad. La falta de talento se enmascara tras la vacua egolatría.
“…You are the Dancing
Queen, young and sweet,
only seventeen…
Dancing Queen feel the beat
from the tambourine .
You can dance,
You can jive, having the
time of your life
See that girl, watch that
scene, diggin' the Dancing Queen…”
(De la canción “Dancing Queen” – ABBA, escrita por Benny
Andersson, sin duda, pensando en Rebeca “duro-de-pelar” que es quien
los capultaría a la fama, no lo olvidemos lectores, gracias a ella todos conocemos hoy a aquél grupo sueco de los 70-80).
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