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martes, 1 de diciembre de 2015

El disputado voto del Sr. Cayo y otros nuevos viejos usos

Por Carmen Millán Cerceda
Miro las dos caras de la misma moneda: la de una generación perdida. Un joven querubín limpísimo, casi almidonado, y su contrapunto: la casposa, desmañada y diabólica imagen del ángel caído. Ambos blandiendo el estandarte de su propia “regeneración” con consignas que recuerdan más a la vieja y rancia política que a ese pretendido “descubrimiento de la pólvora” que ambos reivindican como logro propio. Uno, aturullándose en un discurso acelerado y carente de pausas, bien memorizado y estudiado, el otro, incendiando con soflamas jacobinas a una, cada vez más, dispersa marea indignada que se diluye a modo del vaticinio de un “batacazo electoral anunciado”.
Y están los cachorros de uno y otro bando, pues los mayores han declinado el enfrentamiento dialéctico a cuatro bandas, en fiera pugna, sintiéndose los delfines del casi extinto bipartidismo. Los escucho a los dos, uno, guiado por una tierna y cándida bisoñez, el otro, inflamado por la ira que dejó de corromper las entrañas de la sociedad española hace más de cincuenta años. Un soñador frente a un resentido. Ambos postulándose como único mesías de una salvación que, sabemos ya, no va a llegar. Inexpertos e incapaces, uno por ingenuo y otro por atávico, ninguno está preparado para asumir la responsabilidad del gobierno de este maltrecho estado nuestro.
Llevo un rato escuchando las diatribas que tienen lugar en el escenario de la Carlos III, una estructurada cadena de opiniones que, en un turno prestablecido y tácitamente acatado por ambos contendientes, provocan aplausos ante una y otra intervención. Decido que me aburren, me aburre el discurso, manido, de ambos, por más vanguardia que intenten imprimir a sus palabras, no dejan de ser sino los meritorios herederos de la añeja bipolaridad de siempre, la de toda la vida, agravada por la osadía del que carece de experiencia. No, no me convencen, uno por pluscuamperfecto, el otro por encontrarse ideológicamente en mis antípodas, tampoco éstos se harán merecedores de mi encomienda, son más de lo mismo y acabarán convirtiéndose, precisamente, en aquello que ambos – por razones muy distintas – denostan.
Y es cuando se me vienen a la memoria aquellas magistrales líneas de Delibes:
“La voz de Rafa se fue haciendo, progresivamente, más cálida, hasta alcanzar un tono mitinesco:
- Ahora es un problema de opciones, ¿me entiende?. Hay partidos para todos y usted debe votar la opción que más le convenza. Nosotros, por ejemplo. Nosotros aspiramos a redimir el proletariado, al campesino. Mis amigos son los candidatos de una opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres, así de fácil. El señor Cayo le observaba con concentrada atención, como si asistiera a un espectáculo, con una chispita de perplejidad en la mirada. Dijo tímidamente:
-Pero yo no soy pobre”.
Y sintiéndome, hoy más que nunca, como aquél hombre, taciturno y tozudo, de un recóndito pueblo montañoso, digo que yo ya no estoy para más tonterías: ni de los de antes, ni de los que se presentan ahora como moderna opción al defenestrado arte de la altruista política y como florido precedente a desconectarme de la emisión online del debate que tiene lugar, les dirijo la misma tímida respuesta “Pero yo no soy pobre” y me refiero a esa pobreza intelectual que lo mismo aboca al “indigente” a la apatía política que a la radicalidad. Dejo a los “niños” jugar, mientras tengo la absoluta certeza de que sus “mayores” los miran desde una pretendida superioridad pero con la tranquilidad que les confiere saber que tienen ya dignos sucesores en este “Juego de Tronos”.
- “Pero, tal como se explica, señor Cayo, usted aquí ni pun. Así se hunda el mundo, usted ni se entera.
- ¡Too! Y ¿qué quiere que haga yo si el mundo se hunde?”.
(De El disputado voto del señor Cayo – Miguel Delibes).

Publicado en El Español 1/12/2015 http://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/20151130/83311671_7.html

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