A dos meses de las elecciones, ahí andamos entre los disfraces de la
importada Halloween, los crisantemos para el cementerio y las compras, luego,
navideñas. Y así nos va… algunos vaticinando el batacazo del progre trasnochado
que obnubiló a los indignados con sus delirios de grandeza, otros, ansiando que
el bienpeinado y lavado jovenzuelo ponga algo de cordura en este corrupto
escenario que a su formación, de momento, no le ha salpicado y bien cree, el incauto, que se
lo puede permitir, algunos, apoyando a un desgastado heredero de aquél mítico ZP
hacedor de las grandes plagas de la era SOE que aún cargamos sobre nuestros
maltrechos hombros y el resto, tapándose la nariz para engullir el amargo jarabe
de dar su voto al PP que, al menos éstos, llevan a gala el título de “mejores
gestores”.
Y, a dos meses de las elecciones, ahí ando yo: entre juicios y
señalamientos, plazos y Cursos de formación continuada como Administradora
Concursal. Espectadora, sufrida y abnegada, de los Don Tancredos de turno que si
no es uno, es otro y si no, los dos, pues vienen a ser lo mismo. Un ejército de
incompetentes en la gestión de la res publica. Me pregunto por qué si los
profesionales estamos expuestos a reclamaciones de responsabilidad en nuestra
actuación, no lo han de estar quienes manejan los designios de millones de
españoles, quedando impune no ya su manifiesta ineptitud sino su más absoluta
sinvergonzonería a la hora de afanar lo que es de todos, y así nos va, que no
puede responder de su negligencia o dolo profesional quien no lo es, pues ésta,
su distinguida profesión, queda exenta de responsabilidad: el indolente
expolio de los carroñeros que hurgan entre los desechos costillares, magullados
y lacerados, en el Cementerio de Elefantes que es lo que se ha terminado
convirtiendo la España de siglo XXI. Pues, así habrá de reconocerse, España - la
Grande entre las Grandes desde la época de los Trastámara - está condenada a su
fenecimiento moral, tras el cual, sin duda, llegará el físico que ya lo dijo Don
Ortega y Gasset y necio de aquél que no lo sepa escuchar cuando el hombre
hablaba del “particularismo desintegrador”, pues a buen entendedor, ya se sabe
que pocas palabras bastan, “una división en dos Españas diferentes, una
compuesta por dos o tres regiones ariscas; otra, integrada por el resto, más
dócil al poder Central” y seguía este visionario “pues tan pronto como existan
un par regiones estatutarias, asistiremos en toda España a una pululación de
demandas parejas, las cuales seguirán el tono de las ya concedidas que es más o
menos, querámoslo o no, nacionalista, enfermo de
particularidades”.
Y siguen los “profesionales de la vergüenza ajena” sacando pecho, en un
prestablecido turno de reproches, tácitamente acatado, acusando al contendiente
del pútrido pecado que oculta bajo su propia alfombra, que quien no es Don
Tancredo ha de ser, irremisiblemente, Don Cipote y la distancia moral que los
separa no es sino la de que falta trecho y sobra capote. Y ahí están los Don
Tancredo de uno y otro signo, asistiendo impasibles a la desintegración axial
paulatina, a modo de esa “Crónica de una muerte anunciada” que diría Don
Gabriel, mientras los Don Cipote, se encuentran al acecho pues ya se sabe, como
dijo una parlamentaria andaluza, que “los dineros públicos no son de nadie” y
deben pensar éstos que mejor ir atribuyéndoles un dueño.
Y a dos meses de las elecciones, los españoles seguimos madrugando para
trabajar largas jornadas, ya sea para contribuir al Erario Público de Don
Montoro o ya para el pago del diezmo mensual a Don Banco pues, en el fondo, lo
mismo nos da que quien desgobierne, sea Don Tancredo o sea Don Cipote, como ya
se ha dicho pues, falta trecho y sobra capote.
“Juzgar los
hechos amargos con sesgo optimista, equivale a no habernos enterado debidamente
de ellos”.
(Ortega y
Gasset).