Todos, en alguna ocasión, nos hemos visto en la necesidad, por obligado
imperativo de las buenas formas, de “sufrir” a algún ser engreído y vanidoso,
encantado de haberse conocido, odioso por afición e imbécil por vocación que
mira, despectivo, al resto de la Humanidad, por encima de su hombro, creyéndose
superior y regodeándose en una pretendida divinidad, todos hemos experimentado, también, el irreprimible impulso de estamparle en pleno rostro una sonora bofetada y hemos
declinado hacerlo por ser, más que predecible, inevitable, que sea la propia
vida la que se la dé… Todos, absolutamente todos, hemos puesto, así, en algún momento
de nuestra vida, “un egolatrado y odioso Caín” sólo para tener la certeza de saber
cómo no queremos ser.
Conocí al egolatrado y odioso
Caín, una noche de verano. Había emplazado a sus más allegados únicamente para
pavonearse de la maravillosa existencia de la que gozaba, para exhibir su
innegable condición de ganador, he de afirmar, pues no me cabe duda de que no era otra cosa lo
que celebraba. Allí estaba él, sonriendo, displicente, con unos dientes
blanquísimos que, más tarde, comprobé se transformaban en afilados colmillos,
altivo, soberbio y henchido de su propia vanidad. Un ser que lejos de despertar
simpatías resultaba pedante, a mí así me lo pareció habré de reconocer, alardeando
con esa petulancia propia de quien se considera un triunfador, venerado,
admirado y, para su desordenada mente, también, envidiado.
Imaginé, mientras saboreaba
aquél gin tonic que, sin duda, habría sido un niño malcriado, egoísta y caprichoso, para
pasar, más tarde, a ser un adolescente maleducado, colérico y estúpido que
terminó convirtiéndose en aquél hombre, soberbio y vanidoso, que interiormente
se congratulaba de no ser como el resto de los mortales. Recuerdo cómo, aquella
noche, presuntuoso, narraba algunos episodios que si bien, debían parecerle a
él de lo más cómico, terminaron por saturar mi paciencia y mi capacidad de
atención, me perdí en mis pensamientos deseando que ese ser, abominable, no
se instaurara en mi mundo por mucho tiempo, pero me equivocaba…
Durante algún tiempo, de
insufrible cercanía, pude constatar cómo en su concepción utilitarista de las
personas, sólo éramos visibles cuando precisaba de nosotros – de esa generalidad: “los demás, esos pobres seres” -, cómo, si bien jamás felicitaba un cumpleaños
o una Navidad, no tenía el menor remilgo en dorarte la píldora, abonando el
terreno, para exigir – pues nunca supo pedir – lo que precisaba de ti. Ahora
sé, también, que esa pretendida superioridad que, en realidad, no es tal sino la simple máscara que cubre
sus complejos, sus resentimientos y el “bien nutrido intelecto”, exclusivo don
de los dioses a unos pocos elegidos, del que hace gala, es el máximo exponente de
su absoluta necedad, pues creyéndose tan superior subestima a quienes le
rodean, cayendo en el error de no reconocerles, tan siquiera, la capacidad de
“leer” con claridad sus intenciones y actuaciones, desde el convencimiento de
que él, sólo él, el egolatrado y odioso Caín, maneja la situación, creyendo engañar al
resto, manipulándolo - o cuanto menos, intentándolo- a su antojo… Que eso debe creer. Hay que ser lerdo, pero
LERDO (con mayúsculas) para no ver que es tan sólo por ineludible imperativo de la
educación o de las buenas formas, las dos primeras veces, que se “cede” a sus
exigencias, para pasar luego – de manera exquisita – a mandarlo floridamente a
la mierda. Él es así: el egolatrado y odioso Caín. Se lo gana a pulso. No cabe discusión pues cree merecerse todo y aún más.
Hoy, ya desde la lejanía, me
imagino su futuro, más o menos próximo, imbuido de la más absoluta soledad, única
compañía inmune a su insoportable existencia, carcomido por la envidia que le
genera cualquier persona que pueda brillar, eclipsando así su esplendorosa
existencia, pues no concibe dicha cualidad fuera de las ingentes fronteras de
su nutrido ego…
El egolatrado, odioso,
avaricioso, ruin y, necesariamente, mezquino Caín seguirá siendo, siempre, la Divina Gaita: un ser engreído, egoísta, colérico, narcisista y bipolar.
Encantado – cómo no - de haberse conocido.
Vaya Vd. con Dios… le dije,
hastiada, un día y... siguió saliendo el sol.
“Quien sólo vive para sí, está muerto para los demás”.
(Publio Siro)
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