Desde mi, tengo que admitir, más
profunda y, por tanto así, reconocida ignorancia confieso que no me suscita
ningún interés la Fiesta Navarra
de los Sanfermines, al menos, ninguno el grotesco espectáculo que ha terminado
degenerando en la actualidad: guiris borrachos saltando desde la Fuente de Navarrería y, con
suerte, dejándose sólo los dientes sobre los adoquines, cuando no se abren la
cabeza en dos como un melón… Alardes, esperpénticos y desnaturalizados, de
agresiones sexuales que quedan impunes entre risas etílicas y bromas vomitivas…
Beodos, temerarios, corriendo delante de ingentes astados, morlacos de
quinientos kilos… que llevan todos los números en la rifa del premio gordo de
la cornada o, cuanto menos, de un revolcón que los dejará magullados.
Pero algo, no obstante, debe tener
cuando Ernst Hemingway encontró en ellos la inspiración para su grandioso “The
sun also rises”, obra conocida en la comunidad hispana como “Fiesta”, si bien,
justo es reconocerle una mayor belleza plástica y riqueza lingüística en los
giros empleados – tal suele ocurrir siempre –, a la obra en versión original,
aunque a mí, personalmente, no me gusten los cuernos ni los accidentados
espectáculos a los que, con frecuencia, conduce la incontrolada ingesta etílica
masiva.
No
doy crédito a lo que estoy viendo en el televisor, una horda beoda, duchándose,
literalmente, en vino, caras desencajadas, risas estridentes, gente, mucha y
muy joven, viviendo una auténtica bacanal, poseídos por el efluvio etílico y carentes
de pudor y… casi me atrevería a decir que de dignidad, celebrando una fiesta
patronal, la de San Fermín, el Santo de Amiens, decapitado a una, quizás
demasiado, temprana edad… ¿será por eso que a partir del famoso “chupinazo” la gente pierde la cabeza?.
Empiezo a planteármelo seriamente.
Soy
– o al menos así lo afirmo – una férrea defensora de las costumbres y
tradiciones populares y “si hay que correr delante de un toro, se corre” que
debe ser todo un arte, amén de una evidente prueba de valor, pues ponerse
delante de una fiera de quinientos kilos ondeando un fajín rojo no es algo, no
debiera, que se haga a la ligera, pero digo yo ¿debe permitirse que el corredor
se encuentre aquejado con una intoxicación etílica que ponga en riesgo tanto su
vida como la del resto?, la respuesta habrá de ser necesariamente negativa, eso
no es una tradición, es más bien, una verdadera temeridad, en toda regla
además. Aunque supongo que esos dementes deben pensar que es una buena opción
para matarse: si no es pateado o corneado por un toro, que sea rompiéndose el
espinazo al saltar desde una columna de cuatro metros. Pero la cuestión en
matarse y a poder ser, borracho.
Que
la gente celebre, con gran algarabía, una Fiesta, me parece, incluso,
aconsejable dada la época que atravesamos, pero que ello sea la excusa para
justificar una ingesta excesiva de alcohol que provoque, no ya sólo el vómito,
sino la desnaturalización de comportamientos humanos es… simplemente un
dislate. ¿Es necesario comportarse como un verdadero animal para encontrar la
diversión?, también la respuesta es, preceptivamente, negativa.
Y
así vamos… lo que debería ser un reclamo para conocer las interesantes y
ancestrales costumbres y tradiciones del pueblo navarro se ha convertido hoy,
desafortunadamente, en una llamada al desorden para todos aquellos extranjeros
que vienen dispuestos a hacer aquí lo que, de ninguna de las formas, harían jamás
en sus países de procedencia.
Me
imagino a ese Santo decapitado en compañía del gran Hemingway, compartiendo conversación,
en una celestial Plaza del Castillo, ante un par de buenas chistorras y sendas
copas de vino tinto, observando incrédulos lo que tiene lugar en Navarra
durante esta semana de julio, un verdadero carnaval de excesos y extraños
comportamientos que, se celebra siempre, vaya eso por delante, en honor de San
Fermín.
“Always
do sober what you said you’d do drunk…
that
will teach you to keep your mouth shut”
(Ernest
Hemingway)
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