Ya os he hablado en alguna ocasión de Lola. Mi amiga de la infancia
que una vez se llamó Alejandra y os he narrado, también, algunos de los
episodios que han tenido lugar a lo largo de nuestros muchos años de amistad.
Hoy ha aparecido en el Despacho, sin avisar. Lola – que antes se llamaba
Alejandra -, es así: se niega, por principio, a aceptar y reconocer
convencionalismos, dice y hace, siempre, lo que le apetece y ha debido decidir
que hoy era tan buen día como otro cualquiera para visitarme. Una de esas fugaces
visitas por sorpresa que tanto le gustan…
Estaba
enfrascada en la lectura de una demanda que debía contestar, absorta en la
disección fáctica y jurídica que la fundamentaba cuando unos golpecitos en el
cristal han terminado sacándome de mi ensimismamiento, entre las persianillas y
el vinilo he conseguido atisbar el rostro sonriente de Lola. Mi amiga de la
infancia. Le he hecho un gesto invitándola a pasar mientras me levantaba para
abrirle la puerta. Un par de sonoros besos y algunos efusivos abrazos después
nos encontrábamos sentadas cómodamente, una al lado de la otra.
-
“Tengo que contarte algo muy importante”
– me ha disparado a bocajarro. Me esperaba cualquier cosa viniendo de ella,
claro, y he guardado un absoluto mutismo como índice de que esperaba ávidamente
a que me transmitiera qué era eso tan trascendente que había venido a decirme.
-
“Sabes que llevo tiempo, demasiado quizás,
dejándome llevar por la rutina… Siento que me asfixio y que me puede el
aburrimiento, todos, absolutamente todos, los días son iguales, grises y
monótonos… estoy empezando a pensar que esa apatía me anquilosa…”
Lola, desde
que a los cuatro años decidió que era así como se llamaba y no Alejandra,
siempre ha sido una persona inquieta y muy activa, supongo que en su concepción
de vida no cabe el estatismo y jamás ha sido capaz de hacer, durante más de un
tiempo razonable, lo mismo, ha viajado por medio mundo, ha trabajado en
infinidad de actividades, pero Lola es así, dice que, como Ulises, navega en su
personal odisea hacia Ítaca y que ese viaje finalizará cuando entreguen sus
cenizas al familiar más próximo, y no es que sea alguien macabro – que en
modo alguno lo es -, es que Lola es así: muy Lola.
-
“Así que… he decidido que me vendrá bien un
cambio de aires… - ha sonreído enigmática y yo, por mi parte, he
imaginado que se trasladaba al campo, donde tiene esa especie de exótico huerto
donde cultiva las plantas a las que, a su muy libre antojo, le atribuye tal o
cual efecto sanador, como ya sabéis por habéroslo participado en algunos de mis
posts anteriores, he pensado que, en el fondo y dada su riqueza interior, sería
feliz siguiendo una vida de eremita, pero unos instantes después supe que me equivocaba – ¡me voy
a Tamiahua!, ha soltado de repente.
-
“¿Qué te vas a dónde…?” – casi le he
gritado -.
-
“Tamiahua… verás, es un pequeño pueblo
pesquero de Veracruz, en México”.
-
“Ah…”, en mi cabeza empezaban a tomar
forma las miles de posibilidades por las que Lola había decidido, tan repentinamente,
irse a un pueblo pesquero de México, se me ha ocurrido que hubiera conocido a
alguien interesante por internet, que hubiera decidido establecerse allí
temporalmente para estudiar la flora mexicana o que, incluso, hubiese aceptado una
oferta de empleo, no obstante, y como no quería desilusionarla, le he
preguntado, intentando imprimir un tono serio a la cuestión, con sincero
interés - ¿Qué vas a hacer allí?, no sé…¿tienes pensado que sea por mucho tiempo…
conoces a alguien…?
Y aunque, como digo, Lola ha formado parte importante de mi existencia desde que tengo recuerdos y sé que no debería sorprenderme absolutamente
ninguna de sus decisiones, aún sigo atónita por la explicación que me ha dado:
-
“Necesitaba comprar tomates para una
ensalada y esta mañana he ido temprano al mercado, iba distraída mirando los
puestos cuando al pasar por una pescadería he visto una langosta preciosa:
brillante y roja, me he acercado como atraída por un imán y al posar mi mano en
su caparazón, he oído el mensaje: DEBES SALVAR A LAS LANGOSTAS, me ha dicho
mirándome con esos ojillos negros lastimeros y, sinceramente, no he podido
negarme, evidentemente, la he comprado y me la he llevado a casa, salvándola de
una muerte segura, escalfada en algún caldero de agua hirviendo… Está bien, está
bien, Ingrid está bien – se ha apresurado a tranquilizarme, al
confundir, probablemente, mi gesto de estupor con el de preocupación -, está
en la bañera y hemos tenido una larga charla, así que finalmente hemos decidido
que viajaremos a Tamiahua y allí, las dos, crearemos un HOGAR PARA LANGOSTAS…
hemos pensado ya hasta el nombre “LA CASA DE LOLA E INGRID – LAS LANGOSTAS SON Y SERÁN
SIEMPRE BIEN RECIBIDAS EN NUESTRO HOGAR”. Por cierto, nos vamos mañana… “ - ha sentenciado a continuación poniendo punto
y final –
Sé que no debería haberme
impresionado ni su decisión, ni las razones que la han llevado a adoptarla,
pero llevo sumida en el asombro desde entonces. Lola se ha levantado,
pidiéndome que le deseara toda la suerte del mundo, me ha abrazado muy fuerte y
se ha ido. Me he sentado, consternada, nuevamente ante el ordenador y sólo me
ha vuelto a sacar de ese estado de abstracción en el que me ha dejado, cuando
inopinadamente ha vuelto a abrir la puerta para preguntarme:
-
“¿Crees que podré llevar en cabina a Ingrid
o me obligarán a que vaya en la bodega?”, sin esperar mi respuesta ha
vuelto a desaparecer, afortunadamente, porque he de reconocer que desconozco
las normas de las Compañías Aéreas en relación al “animal de compañía langosta”.
Supongo que, dentro de unos días, recibiré algún e-mail o puede que, por ese
sentido de un añejo romanticismo decimonónico que imbuye todo lo relacionado con Lola, reciba una postal
de un precioso pueblo a orillas del Pacífico con un matasellos de Veracruz –
México. No lo sé… la verdad es que no lo sé, tendremos que esperar.
Ya os contaré…
Ha sido, tras su marcha hace un rato, cuando, una vez más, me ha venido
a la mente esa frase de Paulo Coelho que Lola repite como un mantra: “DEJA DE
PENSAR EN LA VIDA Y RESUÉLVETE A VIVIRLA”. Me parece una buena filosofía vital ésta, la de mi amiga Lola.