Con frecuencia, las declaraciones realizadas, públicamente y sin ningún
pudor, por parte de nuestros representantes políticos nos provocan, junto con
el consiguiente y lógico rubor, la más profunda irritación, al sentirnos zaheridos
en nuestra condición de seres humanos y por ende, racionales. Así, escuchar
como alguien, aspirante a gobernar los designios de los españoles, llama
“sinvergüenzas” a las víctimas de la barbarie etarra que ha golpeado durante
décadas a nuestra nación hace que, junto con la irreprimible y acerba basca que
asciende desde la boca del estómago ante tal inmundicia, nos aflore la legítima
tentación de proferirle algún calificativo con el que, sin duda,
menospreciaríamos a las profesionales del oficio más antiguo del mundo. Leer
mensajes de un Concejal de Cultura, bromeando con el holocausto o riéndose de
niñas asesinadas y violadas es, simplemente, lamentable, como lo es también,
qué duda puede caber, reabrir viejas heridas, hoy restañadas al grito de “¡arderéis
como en el 36!”, haciendo un llamamiento, si bien, según se defiende ahora, en
clave jocosa, a la “quema de Bancos” o al “asesinato” y/o “empalamiento” de
políticos democráticos… En pleno siglo XXI deberían ser inconcebibles episodios
como éstos que nos devuelven a una época atávica en la que no era posible
hablar de estulticia, sino de simple incultura. A aquellos tiempos nos
trasladan estos seres que no suponen sino una mancilla para el resto de la raza
humana… Tiempos de ira y de cólera promovidos por radicales, excretados, todos,
por un Estado democrático y del Bienestar que garantiza, consagrándolo como
derecho, la impunidad de conductas moral y éticamente reprobables.
Hay quien, recientemente, me
ha tildado de verbalmente agresiva por mis declaraciones en las
redes sociales, siempre en respuesta a otras, tan hirientes como corrosivas, vertidas
con motivo del escarnio impunemente infligido a los más desprotegidos, esos
desamparados, humillados y olvidados del Estado de Derecho que han sufrido
junto con la dolorosa e imperdonable pérdida de sus seres queridos, la más
absoluta indiferencia por parte de aquél por cuya defensa fueron mártires. Sí,
mártires. Mártires por una democracia y una legalidad que ahora, gran traición,
les vuelve la espalda desterrándolos al frío mar del olvido.
Vengo de una familia de larga
y honrosa – para mí – tradición militar. De entre los valores que me fueron transmitidos
y que hoy, me enorgullezco de decir, componen mi mayor riqueza, ocupa un lugar
preferente la obligación y deber moral de proteger, siempre, al desvalido, al
indefenso… Razón por la cual, ante el abuso e incontinencia verbal de ciertas
alimañas despreciables, la primera reacción – iracunda y he de reconocerlo – es
la de responder con el insulto fácil que, depende de en qué situación no puede
considerarse tal, al tratarse únicamente del más fiel y absoluto reconocimiento
de una verdad objetiva: pues hay que ser muy hijo de la grandísima puta para
insultarlos a ellos: las grandes víctimas olvidadas, promoviendo y apoyando
además, el ascenso al poder de quienes fueran sus verdugos, erigidos hoy, democráticamente, en el más vívido
recuerdo de lo que un día fueron: viles y vulgares asesinos. Y he de decir que,
aún cuando mis expresiones me han supuesto la irreparable pérdida de seguidores o, incluso, “amigos”, no me siento en la obligación de disculparme ante nadie y
aún menos ante personas que, no obstante, no se sienten injuriadas ante tales
dislates pero que, incomprensiblemente, sí se toman, al parecer, mis
comentarios como algo personal y dirigidos, maliciosamente, a ellos…
Esto es, ha de ser, o se ha
conseguido que sea, una democracia, un sistema que ampara, el insulto, la
ofensa y la mayor y más profunda de todas las imbecilidades y desvaríos
humanos, mientras se haga en “clave de
humor”, siendo ésta, precisamente, la razón por la que humorísticamente yo, de manera democrática
y haciendo uso de mi libertad, expreso mi opinión que no es, insisto en ello
nuevamente, la de que hay que ser un verdadero y auténtico hijo de las mil
putas.
Lamentando mucho que haya
quien pueda darse por aludido por ello pero que, curiosa y contradictoriamente,
no experimenta la menor reacción a la impúdica justificación del dolor ajeno,
regodeándose en el mismo, no sé si es por falta de empatía, de formación o de
inteligencia pero… cuando se dicen o amparan disparates, se ha de estar
igualmente dispuesto a recibir la lógica respuesta que puedan provocar los mismos.
Podría seguir ahora
reflexionando en relación a otras “perlas” relativas a las atrocidades
cometidas durante ese nefasto episodio nacional que tuvo lugar durante el 36 al
39 en el que, curiosamente, quienes antes decidieron olvidarlo fueron los mal
llamados “vencedores” puesto que, tengo el convencimiento, de aquél luctuoso enfrentamiento
no salió otra cosa que grandes perdedores, al estar todos ellos lacerados por
la crueldad de una lucha fratricida y que estos nuevos “visionarios” están empeñados en reabrir, supongo que a modo de vendetta.
Allá cada canalla con sus
canalladas… no obstante yo ahora ya declino hacer ninguna otra referencia más
para no alentar estos tiempos convulsos: tiempos de ira y de cólera.
“Omnia sunt communia… omnia sunt communia”
Me pregunto si realmente lo creen, pues cuando, aupados por la turba, abrazan el poder no hay manera de que lo suelten y eso que postulaban que “el
perdón en política sólo se conjuga dimitiendo”, aunque a la vista de que su “programa
electoral era sólo un conjunto de sugerencias”… seguiremos a la espera de que
se les ocurra alguna otra igual de brillante como las de hasta ahora, si bien,
habrán de permitirme que, mientras tanto, no permanezca impasible haciendo uso
del, también mío, derecho de libertad de expresión.