Desconozco el atractivo que puede suscitar una cerdita rosa cuya visión
frontal nunca es posible, pues su creador debió pensar que su perfil resultaba mucho
más favorecedor, para un bebé de un año, pero es evidente que lo tiene. Y
mucho, habré, necesariamente, de reconocer.
Ya os hablé el año pasado de la llegada al mundo de mi sobrina Victoria
en un post que, entonces, titulé “Una pequeña gran Victoria”, pues bien, el
pasado 20 de septiembre celebramos su primer cumpleaños y como no podía ser de
otro modo, tuvo lugar una fiesta infantil cuya temática, obviamente, versaba
sobre Peppa Pig, a quien yo he decidido otorgar el apelativo de “la – reventante
- cerdita feliz”, pues no negaré que más de un quebradero de cabeza me dio esta
animación porcina, ya que, diligentemente y como tía mayor de la cumpleañera,
me ofrecí a preparar tan importante evento: era el primer cumpleaños que
Victoria celebraba y pensé que era de justicia festejarlo como merecía. Así que
me armé de valor mientras me preguntaba retóricamente, con la única finalidad de
darme ánimos en la acometida de tan ingente empresa: ¿Quién teme a Peppa Pig?.
Resoplé intentando mantener el atestado
carrito derecho, me encontraba en dura pugna desde que su contenido sobresalía,
en aquél ingente almacén de venta de artículos para fiestas infantiles, iba
repleto de paquetes: banderines, guirnaldas, globos, piñata, mantenles y platos,
incluso, una casita de tela desmontable, todo, claro, de esa animación que
desde hacía cuarenta minutos se había convertido en mi peor pesadilla: (la
odiosa para mí) Peppa Pig. Posé la mirada, distraída en la caja que contenía
las caretas y gorritos en la que estaba impresa la faz del rosado personaje y
le dije, quizás en voz demasiado alta: “Pero
que mal me caes, pedazo de cerda… vamos, ¡me repateas!”, estaba a punto de
perder la paciencia, pues cuantos más artículos depositaba en el carro, otros
nuevos parecían interponerse en mi campo visual, como diciéndome: “A Victoria le encantará tenerme en su
fiesta”.
-
“¿Perdón?”
– me inquirió el empleado que reponía cajas sobre las estanterías, mirándome
por encima de su hombro izquierdo -.
-
“Oh no,
hablaba sola… creo que he empezado a tomarle manía a la tal Peppa Pig… lo
siento, no hablaba con Vd., perdone”.
Ruborizada continué mi periplo
por aquellos larguísimos pasillos, intentando mantener dentro del atiborrado
carrito metálico todo aquél contenido multicolor de cajas, bolsas y paquetes
que había ido depositando, mientras intentaba componer en mi imaginación como
quedaría la terraza de mi hermana tras la disposición, cuidada al máximo por mi
parte, eso era seguro, de todo aquél material. Aunque, en aquél momento ni tan
siquiera me barruntaba yo como sería el “making
of” que me aguardaba, tan sólo, un par de días más tarde.
… (…)…
El día había amanecido nublado
aunque caluroso, demasiado quizás, para tratarse de un sábado de mediados de
septiembre. Desayuné rápidamente y tras una ducha fugaz salí disparada en
dirección a casa de mi hermana consciente del trabajo que me esperaba aquella
mañana. Tras depositar a la entrada de la terraza el cargamento, para lo que
había precisado de varios viajes, respiré hondo y con un “¡Vamos allá!”, intenté convencerme de que aquello sería “pan comido”.
Me llevó algunas horas, hacer las
flores con globos, rellenar y colgar la enorme piñata y decorar el escenario en
el que tendría lugar la celebración del primer aniversario de mi sobrina más
pequeña quien, por otro lado, me miraba atónita, intentando coger algunos de
los globos que ya se iban acumulando para la decoración y jugando entre toda
aquella montaña multicolor.
Nos encontrábamos bajo el gazebo
central de la terraza, aprovecharíamos su existencia para ubicar precisamente
allí la mesa infantil, ya habíamos colocado las guirnaldas y los banderines. El
día era bochornoso y empecé a notar los efectos del trabajo manual. La espalda
mojada, por la que resbalaban copiosos regueros de sudor, empezaba a
resentirse. Desconozco si fue producto de la ansiedad que empezaba a
embargarme, del calor sofocante que imperaba a mi alrededor o motivado por el
grado de desesperación al que debí llegar, pero fue entonces cuando tuve la horrible
visión de una cerdita rosa gigante que me miraba sonriente desde su perfil, a
mi alrededor todo empezó a girar vertiginosamente, veía como aquella enorme
cerdita que se dibujaba ante mí, se acercaba y se alejaba, envuelta en un halo borroso.
Notaba sus zarandeos y unas palabras ininteligibles proferidas con voz
estridente, la angustia que atenazaba mi garganta se expandió hacia los oídos
que comenzaron a zumbarme… desconozco el tiempo que duró aquél atornasolado
estado de trance, sólo cuando la pequeña Victoria apoyó sus manitas en mis
rodillas para intentar levantarse tras acercarse gateando recuperé plenamente
la consciencia, sonreía mirándome mientras traía en la mano una de las caretas
que yo ya había depositado, junto con otros artículos en la cesta con la que la
anfitriona recibiría a sus invitados aquella tarde.
Me agaché para cogerla en brazos
y fue cuando, fortuitamente, la careta impactó en mi rostro – “¡¡¡como odio a la tal Peppa Pig de las narices!!!”,
pensé resoplando interiormente mientras notaba el calor del golpe en la
mejilla – mientras Victoria reía divertida ante la comicidad que, sin duda,
presentaba para ella el “caretazo” que acaba de recibir su tía.
Aquella tarde, los niños
disfrutaron de lo grande de la fiesta temática de cumpleaños jugando en la
casita que, a tales fines, también les había instalado escondiendo en su
interior dulces y golosinas, aunque yo por mi parte sigo teniendo una especial e
íntima aversión hacia ella: Peppa Pig, a modo de hastío o empacho tras el
atracón que, necesariamente, se transforma cuando mi sobrina me entrega su
peluche – de Peppa Pig -, me tiende su puzzle – de Peppa Pig –, me invita a
beber de su biberón – de Peppa Pig – o a sentarme en la alfombrita de la
omnipresente cerdita feliz.
Últimamente he llegado a
cuestionarme, muy seriamente, si la razón no obedecerá a que, inconscientemente, asimilo este odioso personaje
animado a alguien de carne y hueso, si bien, vencida toda fobia corrosiva hacia
la persona, supongo que llegaré a tolerar a la animación, motivo por el cuál
termino preguntándome ¿Quién teme a Peppa
Pig?.
Alguien dijo una vez:
“No eludas
tus miedos, ni te ates a ellos. No los magnifiques, ni los minimices.
Abórdalos
con llana franqueza, con tierna pero rigurosa honradez;
cada uno es sólo un eclipse: fugaz instante de noche en la vasta
plenitud del día;
rauda tiniebla que huye ante el
más mínimo rayo de Verdad”…
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