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viernes, 3 de octubre de 2014

¿Quién teme a Peppa Pig?.





Desconozco el atractivo que puede suscitar una cerdita rosa cuya visión frontal nunca es posible, pues su creador debió pensar que su perfil resultaba mucho más favorecedor, para un bebé de un año, pero es evidente que lo tiene. Y mucho, habré, necesariamente, de reconocer.
Ya os hablé el año pasado de la llegada al mundo de mi sobrina Victoria en un post que, entonces, titulé “Una pequeña gran Victoria”, pues bien, el pasado 20 de septiembre celebramos su primer cumpleaños y como no podía ser de otro modo, tuvo lugar una fiesta infantil cuya temática, obviamente, versaba sobre Peppa Pig, a quien yo he decidido otorgar el apelativo de “la – reventante - cerdita feliz”, pues no negaré que más de un quebradero de cabeza me dio esta animación porcina, ya que, diligentemente y como tía mayor de la cumpleañera, me ofrecí a preparar tan importante evento: era el primer cumpleaños que Victoria celebraba y pensé que era de justicia festejarlo como merecía. Así que me armé de valor mientras me preguntaba retóricamente, con la única finalidad de darme ánimos en la acometida de tan ingente empresa: ¿Quién teme a Peppa Pig?.

Resoplé intentando mantener el atestado carrito derecho, me encontraba en dura pugna desde que su contenido sobresalía, en aquél ingente almacén de venta de artículos para fiestas infantiles, iba repleto de paquetes: banderines, guirnaldas, globos, piñata, mantenles y platos, incluso, una casita de tela desmontable, todo, claro, de esa animación que desde hacía cuarenta minutos se había convertido en mi peor pesadilla: (la odiosa para mí) Peppa Pig. Posé la mirada, distraída en la caja que contenía las caretas y gorritos en la que estaba impresa la faz del rosado personaje y le dije, quizás en voz demasiado alta: “Pero que mal me caes, pedazo de cerda… vamos, ¡me repateas!”, estaba a punto de perder la paciencia, pues cuantos más artículos depositaba en el carro, otros nuevos parecían interponerse en mi campo visual, como diciéndome: “A Victoria le encantará tenerme en su fiesta”.

-          “¿Perdón?” – me inquirió el empleado que reponía cajas sobre las estanterías, mirándome por encima de su hombro izquierdo -.

-          Oh no, hablaba sola… creo que he empezado a tomarle manía a la tal Peppa Pig… lo siento, no hablaba con Vd., perdone”.

Ruborizada continué mi periplo por aquellos larguísimos pasillos, intentando mantener dentro del atiborrado carrito metálico todo aquél contenido multicolor de cajas, bolsas y paquetes que había ido depositando, mientras intentaba componer en mi imaginación como quedaría la terraza de mi hermana tras la disposición, cuidada al máximo por mi parte, eso era seguro, de todo aquél material. Aunque, en aquél momento ni tan siquiera me barruntaba yo como sería el “making of” que me aguardaba, tan sólo, un par de días más tarde.

… (…)…

El día había amanecido nublado aunque caluroso, demasiado quizás, para tratarse de un sábado de mediados de septiembre. Desayuné rápidamente y tras una ducha fugaz salí disparada en dirección a casa de mi hermana consciente del trabajo que me esperaba aquella mañana. Tras depositar a la entrada de la terraza el cargamento, para lo que había precisado de varios viajes, respiré hondo y con un “¡Vamos allá!”, intenté convencerme de que aquello sería “pan comido”.



Me llevó algunas horas, hacer las flores con globos, rellenar y colgar la enorme piñata y decorar el escenario en el que tendría lugar la celebración del primer aniversario de mi sobrina más pequeña quien, por otro lado, me miraba atónita, intentando coger algunos de los globos que ya se iban acumulando para la decoración y jugando entre toda aquella montaña multicolor.
Nos encontrábamos bajo el gazebo central de la terraza, aprovecharíamos su existencia para ubicar precisamente allí la mesa infantil, ya habíamos colocado las guirnaldas y los banderines. El día era bochornoso y empecé a notar los efectos del trabajo manual. La espalda mojada, por la que resbalaban copiosos regueros de sudor, empezaba a resentirse. Desconozco si fue producto de la ansiedad que empezaba a embargarme, del calor sofocante que imperaba a mi alrededor o motivado por el grado de desesperación al que debí llegar, pero fue entonces cuando tuve la horrible visión de una cerdita rosa gigante que me miraba sonriente desde su perfil, a mi alrededor todo empezó a girar vertiginosamente, veía como aquella enorme cerdita que se dibujaba ante mí, se acercaba y  se alejaba, envuelta en un halo borroso. Notaba sus zarandeos y unas palabras ininteligibles proferidas con voz estridente, la angustia que atenazaba mi garganta se expandió hacia los oídos que comenzaron a zumbarme… desconozco el tiempo que duró aquél atornasolado estado de trance, sólo cuando la pequeña Victoria apoyó sus manitas en mis rodillas para intentar levantarse tras acercarse gateando recuperé plenamente la consciencia, sonreía mirándome mientras traía en la mano una de las caretas que yo ya había depositado, junto con otros artículos en la cesta con la que la anfitriona recibiría a sus invitados aquella tarde.


Me agaché para cogerla en brazos y fue cuando, fortuitamente, la careta impactó en mi rostro – “¡¡¡como odio a la tal Peppa Pig de las narices!!!”, pensé resoplando interiormente mientras notaba el calor del golpe en la mejilla – mientras Victoria reía divertida ante la comicidad que, sin duda, presentaba para ella el “caretazo”  que acaba de recibir su tía.
Aquella tarde, los niños disfrutaron de lo grande de la fiesta temática de cumpleaños jugando en la casita que, a tales fines, también les había instalado escondiendo en su interior dulces y golosinas, aunque yo por mi parte sigo teniendo una especial e íntima aversión hacia ella: Peppa Pig, a modo de hastío o empacho tras el atracón que, necesariamente, se transforma cuando mi sobrina me entrega su peluche – de Peppa Pig -, me tiende su puzzle – de Peppa Pig –, me invita a beber de su biberón – de Peppa Pig – o a sentarme en la alfombrita de la omnipresente cerdita feliz.



Últimamente he llegado a cuestionarme, muy seriamente, si la razón no obedecerá  a que, inconscientemente, asimilo este odioso personaje animado a alguien de carne y hueso, si bien, vencida toda fobia corrosiva hacia la persona, supongo que llegaré a tolerar a la animación, motivo por el cuál termino preguntándome ¿Quién teme a Peppa Pig?.

Alguien dijo una vez:
“No eludas tus miedos, ni te ates a ellos. No los magnifiques, ni los minimices.
Abórdalos con llana franqueza, con tierna pero rigurosa honradez;
cada uno es sólo un eclipse: fugaz instante de noche en la vasta plenitud del día;

 rauda tiniebla que huye ante el más mínimo rayo de Verdad”…

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