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martes, 7 de octubre de 2014

La testosterona atrofió la neurona.


Creo que, con frecuencia, no somos conscientes del grado de profunda incultura en el que nos desenvolvemos en nuestro círculo cotidiano hasta que reparamos en las conversaciones que tienen lugar a nuestro alrededor. Es entonces cuando una se percata de que gran parte de la población se encuentra inmersa en esa amplia, por desgracia, categoría que podemos encuadrar bajo la denominación de ANALFABETISMO FUNCIONAL, desconozco si la responsabilidad ha de ser imputada a la LOGSE o a la nueva tecnología que ha ido invadiendo, rápida y paulatinamente, el terreno a la, siempre, enriquecedora lectura, de modo que hoy, los niños prefieren disfrutar de violentos videojuegos a adentrarse en la aventura escondida en páginas impresas. Hoy, los niños – adultos del mañana - se terminan “idiotizando”, al no ejercitar su capacidad de pensamiento con las herramientas más útiles que puedan existir para ello: los libros.
Mi Reflexión está basada en un episodio reciente que, tras provocarme, por vergonzante, el más bochornoso escándalo, dio paso luego a la risa interior más incontenible,  y más tarde ya, me ancló en el profundo convencimiento, íntimo y desesperanzador, de que España, sin duda, es el mejor vivero de futuros Premios Nobel… A los hechos me remito.

Es una noche como otra cualquiera, tras una larga y agotadora jornada de Despacho, me encuentro en el gimnasio, intentando deshacerme del estrés que genera el día de intensa actividad. Suelo ponerme música, pero hoy me he olvidado el MP3, así que es inevitable escuchar el diálogo de los dos veinteañeros que se encuentran próximos a mí, mirándose en el espejo mientras hacen ejercicios con las mancuernas. Los miro y pienso que a esos dos, sin duda, se les debe pasar por alto que las piernas, extremidades inferiores unidas al tronco, también forman parte del cuerpo humano y que por tanto deben ser ejercitadas junto con bíceps, tríceps, pectorales y abdominales para evitar el ridículo aspecto de un torso excesivamente musculado sobre dos flácidos hilillos colgantes… Me resulta cómico ver como se preocupan de intentar aumentar el tamaño de sus brazos y se pasan horas haciendo abdominales a la busca y captura de la tan ansiada “tableta”, mientras sus piernas flacuchas son las grandes olvidadas, aún así, las exhiben en esas poco favorecedoras mallas cortas y ajustadas que dejan ver la carne, trémula y blancuza de las pantorrillas. Me resulta igual de grotesco y esperpéntico ver los estudiados peinados esculpidos a golpe de espuma o gomina que impiden que, a pesar del movimiento y del copioso sudor que les perla la frente, se les mueva un solo pelo del sitio que han decidido es el que debe ocupar en esa larga, sin duda, liturgia de acicalamiento. Me encontraba yo perdida en tales cavilaciones cuando me sacó, inopinadamente, de ese ensimismamiento la frase que el más alto de los dos, profirió acerca del manido referéndum – hoy, afortunadamente, paralizado por nuestro Tribunal Constitucional – en Cataluña:

-          “Pues tío – decía el patán – a mí me parece muy bien que los catalanes quieran independizarse, quieren votar y eso es democrático. Habrá que dejarlos ¿no, tío?... Tienen derecho, vamos, digo yo...”

-          “Pues sí, tío, ya ves – contestaba el otro entre jadeos -, esto no es una dictadura… Si ellos quieren la independencia habrá que dársela, joder… ¿a nosotros qué más nos da, no?”- resoplaba, el compañero, subiendo la mancuerna hasta la altura de las clavículas, presentando su rostro un preocupante, por cada vez más intenso, color rojo, a causa de la congestión originada por el esfuerzo.

¿Y este par de zoquetes habrá estudiado, en algún momento, nuestra Historia?, - me pregunté - ¿si les pidiera que me dijeran con quién surgió la idea de Estado se remontarían a los Reyes de Castilla y Aragón?, es más: ¿sabrán quienes fueron los Trastámara…?. Si les nombrara – continué reflexionando - en este preciso momento, a Isabel la Católica, estoy absolutamente convencida, me contestarían con el atrevimiento de la ignorancia “que es el nombre de una Plaza en Granada y que por allí se tapea del carajo…”. Claro, me dije finalmente, preguntarles si han leído “La España Invertebrada” de Ortega y Gasset o si conocen los peligros de la desfragmentación de la Nación, motivaría que me miraran como a un alienígena hablándoles en una lengua extraña… Deseé con todas mis fuerzas que mis sobrinos, dentro de diez o doce años, no mantuvieran ese tipo de estólidas y absurdas conversaciones, mientras aplicaba mayor velocidad a la elíptica.

-          “Ea tío, si es que a mí me parece guay que aquí cada uno haga lo que quiera y le dé la realísima gana… que pa’ eso esto es una democracia… Y otra cosa te digo, yo voy a votar a Pablo Iglesias en las próximas, ¿eh tío?, estoy ya harto de tanta mierda y tanta corrupción. ‘Podemos’ sí que es un Partido, tío, dice ese que va a poner un “sueldo ciudadano”, macho, que todo el mundo tiene derecho a vivir con dignidad y que eso lo dice hasta la Constitución… tío, yo no lo sabía ¿sabes?, pero si tenemos derecho a ver por qué no nos van a dar ese sueldo… y si encima no tenemos ya que trabajar y podemos vivir de eso… Más tiempo para entrenar… El tío mola, dice verdades como puños…”.

¡¡¡¡¡¡Diiiiiiiiiios…!!!!!! - noté una oleada en mi interior, un calor abrasador en la garganta que me ascendía desde la boca del estómago. Me mordí la lengua - a ver, tarado, una democracia, pedazo de animal, es un sistema de organización o una forma de Estado que atribuye a la sociedad la titularidad y legitimidad del poder, mediante los mecanismos de participación directa o indirecta, a los representantes del pueblo que, necesaria e ineludiblemente, ha de estar sometida a la legalidad, de la que, por cierto cavernícola, la Constitución representa el marco donde las demás leyes encuentran su desarrollo… Te diré, además, que es, en su artículo 2, en el que se consagra a nuestro país como la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…”. Pero claro, eso para ti, debe ser rúnico… ¡Animal!. – creo que lo miré con tal intensidad que debí terminar atravesándolo, pues pude ver, con absoluta nitidez, la pared de detrás -.

Votar a Pablo Iglesias sólo por ese “sueldo ciudadano” - ¡será zángano el niñato! – y se queda tan pancho el muy bestia, ¿pero tú te has detenido un minuto a pensar de dónde sale el dinero para cubrir las pensiones, sueldos de los funcionarios, los servicios públicos de los que gozamos…?, Nene: de-los-im-pues-tos, de nuestra contribución tributaria al Erario Público, atontao, si ese visionario, de la izquierda más radical y pro terrorista, vende la falacia de este sueldo ciudadano es como medio de captación de adeptos, es un simple vendedor de humo… ¿cómo pretende pagar ese sueldo?, ¿lo has pensado...?,  ¿con billetillos del Monopoly, quizás?... Anda, anda… Séneca, que eres un Séneca. El “tío mola”, dice... sí, claro ese aire rebelde de cultureta progre y descuidado, coletita en ristre, obnubila a este pavo… Total- intenté convencerme - si es que tienes una mente más simple que el mecanismo de un chupete, hijo mío, y sí, no sólo se te olvida ejercitar las piernas, es evidente que también el cerebro… ¡Menudo pedazo de asno estás hecho, campeón…!

Y en esas andábamos cuando, mirándome, me dice:

-          “¿Perdona?, ¿vas a utilizar el periódico?..”. – preguntó haciendo un gesto con la barbilla hacia el que estaba junto a mí, olvidado, sobre el sillín de una bicicleta estática-.
-          “No, no … claro, cógelo” – le apremié con la esperanza de que no todo estuviera aún perdido, de que aquél joven se ilustrara con la lectura, aún cuando fuera, de un Diario -.
-          Vale, guay, gracias… - lo cogió - , es que aquí hace un calor horroroso…” – soltó sonriente aquél bobalicón de enormes brazos y piernas delgaduchas mientras se abanicaba con las hojas impresas su rostro, rojo, sudoroso y congestionado.

La frustración del momento fue lo que me llevó a concluir que, definitivamente, debió ser la testosterona lo que terminó atrofiando la neurona. Y puse mayor ahínco en el ejercicio físico, como medio de evadirme de aquella realidad, tan musculada como zafia, que en aquél preciso instante me rodeaba.

“La abundancia de palabras y la ignorancia predominan en la mayor parte de los seres;
si quieres liberarte de la mayoría inútil, cultiva tu conocimiento y
envuélvete en nubes de silencio”.
(Cleóbulo, Filósofo Griego)



viernes, 3 de octubre de 2014

¿Quién teme a Peppa Pig?.





Desconozco el atractivo que puede suscitar una cerdita rosa cuya visión frontal nunca es posible, pues su creador debió pensar que su perfil resultaba mucho más favorecedor, para un bebé de un año, pero es evidente que lo tiene. Y mucho, habré, necesariamente, de reconocer.
Ya os hablé el año pasado de la llegada al mundo de mi sobrina Victoria en un post que, entonces, titulé “Una pequeña gran Victoria”, pues bien, el pasado 20 de septiembre celebramos su primer cumpleaños y como no podía ser de otro modo, tuvo lugar una fiesta infantil cuya temática, obviamente, versaba sobre Peppa Pig, a quien yo he decidido otorgar el apelativo de “la – reventante - cerdita feliz”, pues no negaré que más de un quebradero de cabeza me dio esta animación porcina, ya que, diligentemente y como tía mayor de la cumpleañera, me ofrecí a preparar tan importante evento: era el primer cumpleaños que Victoria celebraba y pensé que era de justicia festejarlo como merecía. Así que me armé de valor mientras me preguntaba retóricamente, con la única finalidad de darme ánimos en la acometida de tan ingente empresa: ¿Quién teme a Peppa Pig?.

Resoplé intentando mantener el atestado carrito derecho, me encontraba en dura pugna desde que su contenido sobresalía, en aquél ingente almacén de venta de artículos para fiestas infantiles, iba repleto de paquetes: banderines, guirnaldas, globos, piñata, mantenles y platos, incluso, una casita de tela desmontable, todo, claro, de esa animación que desde hacía cuarenta minutos se había convertido en mi peor pesadilla: (la odiosa para mí) Peppa Pig. Posé la mirada, distraída en la caja que contenía las caretas y gorritos en la que estaba impresa la faz del rosado personaje y le dije, quizás en voz demasiado alta: “Pero que mal me caes, pedazo de cerda… vamos, ¡me repateas!”, estaba a punto de perder la paciencia, pues cuantos más artículos depositaba en el carro, otros nuevos parecían interponerse en mi campo visual, como diciéndome: “A Victoria le encantará tenerme en su fiesta”.

-          “¿Perdón?” – me inquirió el empleado que reponía cajas sobre las estanterías, mirándome por encima de su hombro izquierdo -.

-          Oh no, hablaba sola… creo que he empezado a tomarle manía a la tal Peppa Pig… lo siento, no hablaba con Vd., perdone”.

Ruborizada continué mi periplo por aquellos larguísimos pasillos, intentando mantener dentro del atiborrado carrito metálico todo aquél contenido multicolor de cajas, bolsas y paquetes que había ido depositando, mientras intentaba componer en mi imaginación como quedaría la terraza de mi hermana tras la disposición, cuidada al máximo por mi parte, eso era seguro, de todo aquél material. Aunque, en aquél momento ni tan siquiera me barruntaba yo como sería el “making of” que me aguardaba, tan sólo, un par de días más tarde.

… (…)…

El día había amanecido nublado aunque caluroso, demasiado quizás, para tratarse de un sábado de mediados de septiembre. Desayuné rápidamente y tras una ducha fugaz salí disparada en dirección a casa de mi hermana consciente del trabajo que me esperaba aquella mañana. Tras depositar a la entrada de la terraza el cargamento, para lo que había precisado de varios viajes, respiré hondo y con un “¡Vamos allá!”, intenté convencerme de que aquello sería “pan comido”.



Me llevó algunas horas, hacer las flores con globos, rellenar y colgar la enorme piñata y decorar el escenario en el que tendría lugar la celebración del primer aniversario de mi sobrina más pequeña quien, por otro lado, me miraba atónita, intentando coger algunos de los globos que ya se iban acumulando para la decoración y jugando entre toda aquella montaña multicolor.
Nos encontrábamos bajo el gazebo central de la terraza, aprovecharíamos su existencia para ubicar precisamente allí la mesa infantil, ya habíamos colocado las guirnaldas y los banderines. El día era bochornoso y empecé a notar los efectos del trabajo manual. La espalda mojada, por la que resbalaban copiosos regueros de sudor, empezaba a resentirse. Desconozco si fue producto de la ansiedad que empezaba a embargarme, del calor sofocante que imperaba a mi alrededor o motivado por el grado de desesperación al que debí llegar, pero fue entonces cuando tuve la horrible visión de una cerdita rosa gigante que me miraba sonriente desde su perfil, a mi alrededor todo empezó a girar vertiginosamente, veía como aquella enorme cerdita que se dibujaba ante mí, se acercaba y  se alejaba, envuelta en un halo borroso. Notaba sus zarandeos y unas palabras ininteligibles proferidas con voz estridente, la angustia que atenazaba mi garganta se expandió hacia los oídos que comenzaron a zumbarme… desconozco el tiempo que duró aquél atornasolado estado de trance, sólo cuando la pequeña Victoria apoyó sus manitas en mis rodillas para intentar levantarse tras acercarse gateando recuperé plenamente la consciencia, sonreía mirándome mientras traía en la mano una de las caretas que yo ya había depositado, junto con otros artículos en la cesta con la que la anfitriona recibiría a sus invitados aquella tarde.


Me agaché para cogerla en brazos y fue cuando, fortuitamente, la careta impactó en mi rostro – “¡¡¡como odio a la tal Peppa Pig de las narices!!!”, pensé resoplando interiormente mientras notaba el calor del golpe en la mejilla – mientras Victoria reía divertida ante la comicidad que, sin duda, presentaba para ella el “caretazo”  que acaba de recibir su tía.
Aquella tarde, los niños disfrutaron de lo grande de la fiesta temática de cumpleaños jugando en la casita que, a tales fines, también les había instalado escondiendo en su interior dulces y golosinas, aunque yo por mi parte sigo teniendo una especial e íntima aversión hacia ella: Peppa Pig, a modo de hastío o empacho tras el atracón que, necesariamente, se transforma cuando mi sobrina me entrega su peluche – de Peppa Pig -, me tiende su puzzle – de Peppa Pig –, me invita a beber de su biberón – de Peppa Pig – o a sentarme en la alfombrita de la omnipresente cerdita feliz.



Últimamente he llegado a cuestionarme, muy seriamente, si la razón no obedecerá  a que, inconscientemente, asimilo este odioso personaje animado a alguien de carne y hueso, si bien, vencida toda fobia corrosiva hacia la persona, supongo que llegaré a tolerar a la animación, motivo por el cuál termino preguntándome ¿Quién teme a Peppa Pig?.

Alguien dijo una vez:
“No eludas tus miedos, ni te ates a ellos. No los magnifiques, ni los minimices.
Abórdalos con llana franqueza, con tierna pero rigurosa honradez;
cada uno es sólo un eclipse: fugaz instante de noche en la vasta plenitud del día;

 rauda tiniebla que huye ante el más mínimo rayo de Verdad”…